VÍA CRÍTICA
Por Miguel Polanco
Este viernes 28 de octubre de 2016, se marcó un hecho histórico para Veracruz: 18 alcaldes de extracción del Partido de la Revolución Democrática (PRD) elegidos democráticamente; se alzaron contra una cadena de abusos que ha sometido a sus respectivos municipios.
Esos alcaldes; seres humanos como cualquiera y la mayoría de origen humilde (por no decir que todos); irrumpieron, invadieron, se entrometieron, vulneraron el recinto de Gobierno más importante del estado, denominado “Palacio”, cuyas paredes han servido en los últimos 12 años han servido para albergar, precisamente (y sin tanto verbo) a un imperio pero de corrupción.
La representación de las instituciones en Veracruz y que justamente este edificio alberga; se vio sometida al más ínfimo nivel de diálogo que derivó de una absoluta falta de disposición, dando muerte a la demagogia y abriendo lugar a la revuelta.
La conclusión: ésos del PRD son unos revoltosos, no cabe duda.
De acuerdo con la definición del diccionario de la Real Academia de la Lengua Española; ser un “revoltoso” tiene principalmente tres acepciones, de las cuales particularmente me llama la atención una: “sedicioso, alborotador, rebelde”. Y si tomamos en cuenta que el mismo documento define a la sedición como un “alzamiento colectivo y violento contra la autoridad , el orden público o la disciplina militar , sin llegar a la gravedad de la rebelión”, entonces, en efecto: los ediles perredistas son unos revoltosos.
Lo son, porque no buscaron el bien individual, tanto para su municipio como para ellos, como personas. Al contrario, se organizaron como autoridades municipales coordinadas para, mediante reclamos colectivos, pasar de la obstrucción vial (que cabe destacar, también es una manifestación constitucional) al ingreso en un edificio oficial para demandar la entrega de 532 millones de pesos que “la autoridad” encargada de velar por el orden público (por mandato de la ciudadanía), se encargó de violentar a base de corrupción, malos manejos y omisiones en agravio del pueblo.
Lo son, sí, son unos revoltosos, porque retaron a los protocolos de atención con carácter violento, porque lo menos que hacen es atenderlos. Recordemos: también son seres humanos y se desesperan por no tener el dinero que les toca para pagar a sus trabajadores, terminar obra pública. Desde el 03 de diciembre de 2015, es decir, hace casi un año, intentaron seguir dichos protocolos o procedimientos, pero lo único que recibieron fueron largas y “compromisos” de pago escritos a mano, en una opalina sin membrete; sin el mínimo de formalidad, pues. Y a esto se suma lo de hoy: cuatro horas esperando, una hora más aplicándoles el “teléfono rojo, seis horas más escuchando discursos doradores de píldoras y, finalmente, pasando una noche ahí, en “la casa de todos los veracruzanos” cubiertos con cobijas y en el piso, para continuar con la espera de soluciones.
¡Sí, son muy revoltosos! Porque su movilización no llegó a las rebelión. Su comportamiento nunca sobrepasó ese legítimo derecho de manifestarse, pero sobre todo, dándole su lugar a la instancia correspondiente.
¿Para qué hablar con un delegado o subsecretario de Gobierno, si ésta instancia no sabe nada de los recursos que maneja el estado? Por eso, los alcaldes quisieron hablar y esperaron al indicado: el secretario de Finanzas. No fue “capricho”, sino darle dirección a la exigencia.
¡Qué revoltosos son! Porque alborotaron a un pueblo ávido de justicia, herido, lastimado, saqueado por una banda que con el pretexto de gobernar, hicieron lo que quisieron con el estado que -decían y con mucha razón- “lo tiene todo”, pero que en 12 años “dejaron si nada”.
SUI GENERIS
No cabe duda, esos alcaldes son unos revoltosos. Y ojalá sirvan de inspiración para que el pueblo también lo sea, para que se organicen cuando la autoridad abuse de ellos y, sin llegar a la rebeldía, las instituciones entiendan que unidos y por el beneficio colectivo, “jamás serán vencidos”.
Por eso de vez en cuando, no queda de otra que ser un revoltoso… pero eso sí: en el estricto sentido de la palabra y, aplicando la misma técnica, con tal de poner un freno a ese cáncer llamado definido -gramaticalmente- como “corrupción”.