*Francisco Ontiveros nuevo soldado del Creador
*El resurgimiento de los nuevos “falsos Mesías”
EN LA prisa por ganarle un paso a la vida, olvidamos que nuestro tiempo está diseñado y medido, y que no podemos aspirar a un tramo más allá de lo predestinado. Solemos ser ingenuos cuando alentados por nuestras fantasías suponemos que lo podemos todo, que somos semidioses por encima de unos cuantos o de las mayorías a nuestros pies, y es entonces que la vida o algún poder del cosmos te manda lecciones, te hace trastabillar y te coloca de hinojos, y es, entonces, cuando el sonido gutural emerge desde lo más profundo: ¿Por qué yo Dios? Y es precisamente, entonces, que surge esa imagen que tenemos del ser supremo, omnipotente, omnipresente y omnisciente; creador, juez, protector y, en algunas religiones, salvador del universo y la humanidad. Pero solo lo evocamos a la orilla del precipicio, pues por ese caminar siempre a galope e impaciente nos olvidamos de su existencia, de la religión en sí que recoge nuestros pesares y los transforma en esperanza pero, sobre todo, desdeñamos la prevalencia de sus soldados, de los responsables de mantener viva esa esencia: de los sacerdotes que como en toda actividad los hay buenos y malos, convencidos y convenencieros, casi santos o rozando el otro extremo pero, como fuera, son hombres que inculcan la fe, el único motor que mueve montañas y transforma vidas en nombre de un ser que imaginamos pero que no conocemos, y al que recurrimos en todo momento complicado de la existencia.
Y EL tema viene a colación porque en mi niñez y adolescencia –escribiré en primera persona- deseaba ser sacerdote. Provengo de una familia religiosa y temerosa de Dios, que acostumbraba acudir a misa los domingos, que tenía su altar en el hogar –como lo seguimos haciendo-, que estudió en escuelas religiosas, pero que por circunstancias del destino finalmente me convertí en padre –no sé si bueno o malo- de mis hijas, pero la inclinación por Dios no ha fenecido, por el contrario, al paso de los años se ha fortalecido para bien. Creo en Dios, y el martes fui testigo de un hecho que me llenó de gozo: uno de mis sobrinos (Francisco Ontiveros Gutiérrez) fue ordenado Diácono que en realidad es un clérigo católico que ha recibido la segunda de las órdenes mayores que otorga la Iglesia, y que tiene entre sus funciones anunciar el Evangelio, bautizar, asistir al sacerdote en el altar, distribuir la comunión y dar testimonio cristiano ayudando a los más pobres, y en menos de un año, si su fe se lo permite, será sacerdote, y aunque a muchos parecerá poca cosa, cuando se cree en el ser supremo la satisfacción es infinita, sobre todo si se trata de un familiar cercano, aunque en la familia hay ya otros dos sacerdotes al servicio de quien creó el cielo y la tierra.
ME QUEDA claro que el servicio que demanda Dios de nosotros como hijos y seguidores de su palabra debe ocupar siempre el primer lugar en nuestras vidas, porque la atención que se merece debe ser la mejor y tenemos que dársela con todo el corazón. No somos fanáticos de la religión, como tampoco creemos en todos los curas, ya que hay algunos que se han encargado de destrozar el ministerio, pero no por ello se debe juzgar a todos. Deuteronomio 10:12 señala: “Ahora, pues, Israel, ¿Qué pide de ti Jehová, tu Dios?, que andes en todos sus caminos, que ames y sirvas a Jehová, tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma”. Nunca sentiremos arrepentimiento de no haber seguido la carrera de los hábitos porque a Dios se le puede servir de muchas maneras. Dios es al único al que debemos de servir pues no existe nadie más en este mundo que merezca de nuestro servicio porque solo él es verdadero, único y soberano y está por todo y para todos, aun cuando surjan falsos Mesías que dicen traer la nueva buena para obtener beneficios personales como es el ejercicio de un poder ficticio y perenne, y en su arranque solo nos conduzca a la catástrofe, y esos falsos salvadores se han expandido a través del tiempo en aquellas naciones donde la incultura se impone y el cerebro se ciega, aunque en otras palabras, cuando la pobreza obliga a servir por unos mendrugos de pan.
NO CONVERTIRÉ esta entrega en un tema político, pero quedan claras las palabras del Papa Francisco cuando denunció en Junio pasado a quienes “tienen las manos en los bolsillos y no se dejan conmover por la pobreza”, de “la que a menudo son también cómplices”, como los vendedores de armas, los especuladores y corruptos. Y agregó sin tapujos: “La indiferencia y el cinismo son su alimento diario”, y entre ellos el pontífice incluyó a quienes “con el teclado de una computadora mueven sumas de dinero de una parte del mundo a otra, decretando la riqueza de oligarquías y la miseria de multitudes o el fracaso de naciones enteras”. También criticó “a quienes para acumular dinero con la venta de armas que otras manos, incluso de niños, usarán para sembrar muerte y pobreza” o venden “dosis de muerte” para “enriquecerse y vivir en el lujo y el desenfreno efímero”, o a los que “intercambian favores ilegales por ganancias”. El término “pueblo”, dice Jorge Mario Bergoglio, es una categoría “mítica”. Se construye en un proceso orientado hacia un proyecto común de nación. En ese proceso cada elección y cada voto es una tarea que trasciende las boletas y trasciende los resultados. Es el pueblo como sujeto tomando medidas de enorme importancia institucional. Y agregaba: Claro que después de las elecciones ese sujeto tiene una tarea permanente que consiste en vigilar, denunciar o apoyar. ¿Vigilar, denunciar o apoyar qué? Que el proyecto de construcción nacional no se transforme en un proyecto de destrucción y que ese objetivo de bien común no se transforme en un “mal común de bienes particulares” de los funcionarios, “delegados” y sus amigos, cuando el pueblo muere de hambre, por injusticias o violencia.
POR ELLO, ser llamados por Jesús, llamados para evangelizar y promover la cultura del humanismo debe ser algo indescriptible y poco entendible, como ha sucedido con mi sobrino en momentos cuando, como bien dice el sumo pontífice, se ha desarrollado “una globalización de la indiferencia” en la que “nos volvemos incapaces de compadecernos”, ya “no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos”, y México está viviendo uno de los episodios más complicados en esos rubros: indiferencia a los problemas de madres que buscan a sus hijos o esposos; ante una violencia desbordada que el Gobierno pareciera no percibir, de niños y adultos que mueren de cáncer mientras se argumenta que sí se compran medicinas pero que se las roban, y de tantas mentiras que echaron por la borda cientos, miles de promesas de que las cosas mejorarían. Sin duda, en momentos como estos, solo Dios comprende nuestros pesares. Y una disculpa a mis tres lectores, soy católico, creyente en Dios y me es emocionante que la familia aporte otro soldado a su causa. OPINA [email protected]