“La tristeza en la tierra: 1954.”
Mtro. José Miguel Naranjo Ramírez.
A las palabras las antecede el raciocinio, es decir, la capacidad humana para aprender, comprender y distinguir. Un niño de dos años no sabe hablar, pero en su crecimiento se nota claramente cómo va poco a poco comprendiendo, diferenciando, etc., una vez que se logra adquirir el uso de la palabra, esta se vuelve una de las herramientas más poderosas e indispensables en nuestras vidas. Casi todos nuestros actos están supeditados a la palabra, e incluso, cuando pensamos y aunque no expresemos lo pensado, este pensamiento está hecho de palabras que pasan o traemos a nuestras mentes. Debe quedar claro que la palabra es un recurso humano natural, (salvo los casos de ciertas discapacidades). Ahora bien, no debe confundirse la capacidad que todos tenemos de hablar, con la adquisición de un amplio lenguaje. La adquisición de un acervo lingüístico se produce mediante un proceso de educación y si aspiramos a mejorar nuestra forma de comunicarnos y comprender, el proceso va más allá de un modelo educativo, aquí nos encontramos ya en una etapa de culturización, esto implica enriquecer nuestro lenguaje a través de una formación más exquisita, especializada, por medio de amplias y diversas lecturas que incluyen comprensión, análisis, reflexión, entonces, después de toda esta evolución y desarrollo humano nos encontramos ya con una persona culta, profunda y clara en sus expresiones, y dentro de este refinamiento en la utilización de la palabra por supuesto que viven los poetas, empero, el refinamiento no es por un acto de pedantería, al contrario, sus palabras denotan sensibilidad y en cualquier lector algo provocan, un ejemplo es el poema de Margarita Michelena titulado: “El velo centelleante”, vamos a leerlo juntos y de manera individual intentemos analizar qué sensaciones, emociones y cavilaciones nos causa.
Antes de transcribir el poema es importante que el lector sepa que este bello poema forma parte del libro titulado: “La tristeza en la tierra”, y como el lenguaje nunca es neutro, el título del libro ya nos está indicando el posible contenido de los poemas: “El velo centelleante”.
I
“Yo no canto
por dejar testimonio de mi paso,
ni para que me escuchen los que, conmigo, mueren,
ni por sobrevivirme en las palabras.
Canto para salir de mi rostro en tinieblas
a recordar los muros de mi casa,
porque entrando en mis ojos quedé ciega
y a ciegas reconozco, cuando canto,
el infinito umbral de mi morada.
II
Cuando me separaste de ti, cuando me diste
el país de mi cuerpo, y me alejaste
del jardín de tus manos,
yo tuve, en prenda tuya, las palabras,
temblorosos espejos donde, a veces,
sorprendo tus señales.
Sólo tengo palabras. Sólo tengo mi voz infiel para buscarte.
Reino oscuro de enigmas me entregaste.
Y un ángel que me hiere cuando te olvido y callo.
Y una lengua doliente y una copa sellada.
Esto es la poesía. No un don de fácil música
ni una gracia riente.
Apenas una forma de recordar. Apenas
-entre el hombre y su orilla –
una señal, un puente.
Por él voy con mis pasos,
con mi tiempo y mi muerte,
llevando en estas manos prometidas al polvo
-que de ti me separan, que en otra me convierten-
un hilo misterioso, una escala secreta,
una llave que a veces abre puertas de sombra,
una lejana punta del velo centelleante.
Eso tengo y no más. Una manera de zarpar por instantes de mi carne,
del límite y el nombre que me diste, del ser y el tiempo en que me confinaste.
Has querido dejarme un torpe vuelo,
la raíz de mis alas anteriores
y este nublado espejo, rastro apenas de la memoria que me arrebataste.
Y yo, que antes de la ceguera del nacer,
fui contigo una sonora gota de tu música inmensa,
lloro bajo la cifra de mi nombre,
en esta soledad de ser yo misma,
de ser entre mi sangre un nostálgico huésped.
III
Pero voy caminando hacia el retorno.
Pero voy caminando hacia el silencio.
Pero voy caminando hacia su rostro.
Allá donde la música dejó de ser ya tiempo,
allá donde las voces son todas la voz tuya.
Aún es mi camino de palabras,
aún no me disuelves en tu música,
aún no me confundes y me salvas.
Mas tú me tomarás desde el cadáver vacío de mis pasos.
Derribarás de un soplo la muralla de mi nombre y mis manos
y apagarás la vacilante antorcha con que mi voz, abajo, te buscaba.
Recobrarás el incendiado espejo en que atisbé, temblando, tu fantasma,
y este sonoro sello que en mi frente me señaló un destino de nostalgia.
Y callaré. Devolveré este reino de frágiles palabras.
¿Por qué cantar entonces, si ya habré recordado, si estará abierta entonces esta rosa enigmática?”
El poema me provocó un sinfín de reflexiones sobre el valor de la vida, el tiempo y, sobre todo, el valor de las palabras como un gran medio para comprender y hacer más llevadera la vida, las palabras.
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