REMEMORANDO A MARGARITA MICHELENA. (I)

’22/11/2024’
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La tragedia en rosa.”

Mtro. José Miguel Naranjo Ramírez.

En la segunda mitad del siglo XX en la literatura mexicana destacaron importantes mujeres. En una sociedad machista, autoritaria, en un ambiente familiar donde la mujer debía prepararse para atender al futuro esposo y ser sólo una ama de casa, es compresible que el espacio de las letras no fuera tan generoso y usual para ellas. Aun así, siempre ha habido mujeres que van contracorriente, Sor Juana Inés de la Cruz es el eterno ejemplo. La sociedad mexicana era tan incivilizada que la mujer obtuvo el derecho de votar en los comicios electorales en los primeros años de la década de los cincuenta del siglo XX. Pues en este difícil ambiente surgieron figuras de la talla de Rosario Castellanos, Griselda Álvarez, Pita Amor, Ema Godoy, Elena Garro, Luisa Josefina Hernández, Nelllie Campobello, sólo por nombrar a figuras reconocidísimas de las letras mexicanas y dentro de esta insigne lista se encuentra el nombre de Margarita Michelena, de quien se están recordando los veinticinco años de su muerte y la mejor manera de rememorarla es acercándonos a su obra e iniciamos este ciclo literario con el libro: “La tragedia en Rosa.”

Margarita Michelena fue una gran poeta, crítica literaria, periodista, traductora. El libro “La tragedia en Rosa” se compone por nueve relatos sobre temas que al instante nos parecen muy ordinarios y, de hecho, lo son, más, conforme se va leyendo se empieza luego luego a detectar el tono irónico, burlesco, crítico, sin dejar del lado temas muy sensibles como el paso del tiempo y con él la vejez y con la vejez la pérdida de facultades que nos vuelven la vida difícil, complicada. Empero, quiero iniciar comentando el relato titulado: “¡Cuidado! ¡Hombres trabajando!” Donde literalmente expresa las siguientes palabras:

Entre las frases favoritas del sexo fuerte figura la de ¡Cállate! ¿Qué sabes de eso?, dirigida, naturalmente, a una mujer y de preferencia, por supuesto, a la propia. Pues bien, amigas. Es hora de que también nosotras nos demos cuenta cabal de que podemos devolver a los señores su piropo, con las pruebas irrefutables de lo poquísimo que saben acerca de lo que nosotras sí sabemos; es decir, acerca de esa ingrata labor diaria de mantener la casa en marcha, llueva o truene. Labor, a más de ingrata, complicada, y que se basa en toda una tecnología cuyos laberintos no sospecha ni el más erudito y capaz de los varones. ¿Quién sabe freír un huevo?”

Cualquier lector podría pensar que el relato si bien tiene algo de realista, carece de importancia ya que no es sobresaliente saber si un hombre sabe o no freír un huevo, pero, no olvidemos que estas mujeres vivieron su juventud y madures en la época de los años 1940 a 1970, y en ese contexto este tipo de textos donde mediante la ironía, la burla, la mujer exigía respeto, igualdad, denunciaba el machismo, el abuso, fueron textos de enorme valor y por eso estas obras que hoy podemos leer como historias en algunos casos sarcásticas, en aquel entonces tenían mayor valor crítico que el de hoy, sin dejar de señalar que actualmente hay casos donde: “Ciertos machos, no saben freír un huevo.” ¡Ah!, eso sí, en su defensa manifiestan que no saben freír un huevo, porque ellos tienen muchos huevos y tienen quien se los fría.

Hoy día no hace falta exhibir las carencias de los hombres ante la mujer, porque comprendemos que no se trata de saber quién sabe más, puede más, o, quién sabe menos y puede menos. No obstante, en aquellos años sí era necesario escribir este tipo de historias burlescas como una manera de equilibrar las relaciones entre el hombre y la mujer, Margarita Michelena en este mismo relato que se comenta apuntó:

Sé de lo que hablo. Mi marido fue un hombre maravilloso, considerado, finísimo y con una buena voluntad a toda prueba. Poseía, para más, una extraordinaria erudición en las cosas más increíbles. Podía, por ejemplo, mencionar por su nombre todas las velas de un navío del siglo XVII. Era un sagacísimo crítico de ballet clásico. Se sabía de memoria hasta las más menudas entretelas de la Revolución mexicana. Me enseñó que había unos extraños objetos de cerámica llamados platos de manises. Era capaz de distinguir perfectamente la falsificación de un cuadro impresionista y –colmo de los colmos –leía a Shakespeare en italiano, capricho literario que jamás pude entender, máxime que también podía hacerlo en inglés.

     Pero con todo, aquel varón en cuyo cerebro se alojaba una prodigiosa cantidad de datos curiosos, de minucias decorativas y masas de conocimientos históricos, sufrió una derrota semejante a la de Napoleón en Waterloo el día en que esta servidora de ustedes cayó fulminada por una desdichada gripa, con cuarenta grados de fiebre y un demoledor sufrimiento en los huesos…” (Lo anterior provocó que el esposo se encargara de llevar el orden de la casa por varios días y ya se imaginarán todos los sucesos narrados.)

Más allá de lo anecdótico de las historias, más allá del humor con las que fueron escritas, lo importante es saber cómo estas grandes poetas ocuparon la literatura para liberarse y liberar un poco a nuestras sociedades de tantos prejuicios. La primera edición de “La tragedia en rosa” fue publicada en 1976. A los lectores jóvenes les pregunto: ¿Se imaginan cómo era el mundo en ese año? Seguramente los lectores que tengan de cincuenta años en adelante comprenderán la importancia del texto aquí analizado.

 

 

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