“…uno no siempre hace lo que quiere
pero tiene el derecho de no hacer
lo que no quiere…”
Hombre preso que mira a su hijo.
Mario Benedetti.
Siempre es muy difícil empezar con datos o hechos que nos estrujan; dolor que se ha convertido en parte de nuestra vida social enferma, marcada por padecimientos que acompañan una realidad instalada en la común inercia de la violencia, del crimen, la pobreza y la discriminación. Estampas demasiado presentes en la naturalidad del horror de nuestra historia cotidiana.
Abordar, pensar esa realidad, provoca una mezcla obligada de emociones e invita a la búsqueda de razones y acciones que equilibren las oportunidades, las soluciones, matizando la dominante situación de polarización, de visiones y manifestaciones que se muestran en extremos irreconciliables, en maniqueísmos y reduccionismos imperantes, que al final del día, solo favorecen las posturas de cerrazón para acometer con resultados positivos los problemas que vivimos.
En nuestro país, las numerosas crisis que nos aquejan, dominan y ahondan el ruido de la discusión pública y política, un ruido que ensordece y cancela los diálogos indispensables para remontarlas.
Es el conjunto de crisis, su relevancia y cantidad, sea la crisis económica, de justicia, de seguridad, de salud y educación, de corrupción e impunidad, de deterioro ambiental y de violencia, cualquiera de ellas se enfrenta a un diálogo de sordos, o mejor dicho, al griterío de los contrarios, donde no aparece voluntad alguna para construir consensos, para generar opciones y avanzar ante los problemas que están muy lejos de poder ser resueltos por tan solo “unos” sin el concurso de los “otros”.
Es difícil presenciar que continúe la intransigencia como un modelo de ejercicio público y político, cuando lo que sin duda se requiere -ante las evidencias de nuestras dificultades-, es reunir voluntades, es establecer pisos básicos de encuentro entre las distintas fuerzas políticas, entre actores que, siendo diferentes, comparten y reconocen la obligación superior de dialogar y buscar puntos de reunión para caminar juntos hacia la salida.
Ayudemos alejándonos de las fangosas discusiones del todo o nada, de patriotas y antipatriotas, de conservadores y liberales, de fifís y chairos, manifestaciones todas ellas de mostrenca actitud binaria que solapa fanatismos.
Precisamente por su fragilidad e inmadurez, la democracia mexicana debe reconocerse, fortalecerse y resguardarse, pues es ella el sitio ciudadano donde podremos asumir el establecimiento de acuerdos que superen los criterios de suma cero, de todo o nada, los extremos blancos y negros; es a través de ella y sus instituciones sólidas, autónomas, de contrapeso y con poderes plenamente respetados, donde se podrá recrear un largamente demandado Estado de Derecho, bajo el que todos somos reconocidos como iguales.
Debe detenerse la violación de las reglas a partir de los contentillos o de visiones únicas de los gobiernos acomodados en el poder, cualquiera que estos sean, pues vulneran una larga y difícil travesía democrática mexicana. Porque aún no se llega a puerto seguro, ese donde encalle un amplio y solido reconocimiento hacia la democracia como el mecanismo, que en las incertidumbres y contradicciones que en si misma representa, brinda acceso al poder con elementos establecidos en la paz, pero también como dispositivo eficiente, que de justicia social, que garantice apego a las leyes, que rechace la arbitrariedad y en suma, fortalezca la convivencia de los diferentes como principal condición de la vida social y política.
Esa es la aspiración de los demócratas, de los ciudadanos que advierten que en ellos se ha interiorizado el respeto y tolerancia por las diferencias, que pronunciando y defendiendo sus postulados, reconocen y respetan el valor de las mayorías, pero defienden la importancia de respetar a las minorías como parte del conjunto social.
Requerimos de mucho por hacer para superar lo que ahora vivimos, en ello debemos empeñarnos y exigirnos todos, reconociéndonos en la pluralidad, estableciendo razones y pisos mínimos de concordia, exigiendo que las clases políticas y los gobernantes todos, rompan los protocolos de la intransigencia y la soberbia en la que ahora regodean sus quehaceres, que la incompetencia y la ignorancia den paso a las honestas capacidades que brinden ejercicios públicos eficientes, que rindan cuentas y sean trasparentes.
LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Y otra pandemia nacional a la alza es la violencia de género. ¿Quién tiene la vacuna?
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