Ponchado ligeramente (no me he mimetizado, ¿eh?) y sin poder leer

¡Chin! Ayer, saliendo de mi trabajo en la Editorial de la UV, busqué alucinado una ambulancia militar que me trasladara a mi casa. Me sentía muy agotado. No tenía un equipo médico de militares y marinos a la mano. Llegué arrastrando los pies como pude.

 

Cuando me vieron llegar, los míos pusieron una cara de what. Antes de que me asaltaran a preguntas les comenté que no me sentía bien. Se te ve, me respondieron. ¿Pero no tienes Covid, ¿verdad?, me dispararon (y yo que no quería recordar a ya saben quién).

 

No te preocupes –me dijo uno de mis hijos–. Si alguien te vio en la calle –prosiguió– lo vamos a negar, ya ves que ese recurso le funcionó el domingo muy bien al vocero presidencial Jesús Ramírez Cuevas. Todos le creímos que su jefe no había sufrido algún percance y todos estamos convencidos que tiene Covid (lo que hacen las redes sociales, me dije para mis adentros).

 

En efecto, apenas pude, me desplomé en una silla. Me palpé y sentí mi piel caliente, cuando había sido una media mañana, un medio día y un inicio de tarde nublado, con ráfagas de viento frescas, pero sin pasar a mayores.

 

¡Un termómetro! ¡Un termómetro!, grité como si estuviera en las últimas. Me pasaron uno digital, ¡pero no tenía pila! corrieron por uno de los viejitos, de esos que se ponen en la axila. Y ahí estaba yo con cara de niño migrante pidiendo unas monedas esperando la mágica cifra. Sí, tenía fiebre, o calentura alta. Con ra, me dije, porque no tenía ganas de hacer nada, ni siquiera comer.

 

A partir de ese momento entró la asistencia médica familiar; el caso, lector, es que tecleo estas líneas como puedo pensando en que no puedo dejar de avistarte que por eso este martes no hay columna. Siento –o eso creo– que la calentura o fiebre empieza a ceder, pero siento mi cuerpo como si le hubiera pasado encima una aplanadora, de las de a deveras, como las que tenía el PRI.

 

Te juro de rodillas que no me quise mimetizar en solidaridad con nuestro tlatoani, al que le deseo, como buen cristiano que creo que soy, que Dios le permita que recobre su salud, que vuelva a sus mañaneras y que no sean ciertas las versiones de que está bastante malito.

 

Espero amanecer bien o mejor. La verdad, aunque me gustaría para hacer un reportaje, es que no quiero ir o que me lleven a un hospital para comprobar que nuestro sistema de salud ya está no solo igual sino mejor que el de Dinamarca. Capaz y de la impresión me da el patatús.

 

Como el niño más educado me estoy tomando las pócimas que me están dando. ¿Sabes lector, sin embargo, lo que más me duele? Que un día después del Día Internacional o Mundial o Nacional del Libro no me concentro en la lectura. Así para que quiero un descanso, aunque obligado, me digo.

 

Pero me consuela que al menos he podido leer el artículo que publicó ayer en Milenio Gil Gamés, con una escalofriante información: que la lectura cayó a niveles mínimos desde que se mide en México, de acuerdo al Módulo de lectura del INEGI.

 

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Que en 2016, la población alfabeta y lectora llegaba a 80.8 por ciento, en 2023, sólo a 68.5, mientras tanto Paco Ignacio Taibo II (titular del Fondo de Cultura Económica, FCE) va proclamando por todo el mundo que su proyecto de lectura es un gran éxito.

 

Gamés comenta que, en efecto, la pandemia arrasó con el mercado del libro, pero que el gobierno de la 4T no puso un solo peso para rescatar al menos una parte de la industria editorial. Otros gobiernos, más ricos y más pobres que el de México, sí lo hicieron,

 

Ya en este gobierno, de acuerdo al INEGI, en 2022, el promedio de libros leídos por los mexicanos fue de 3.9; en 2023 cayó a 3.4. Duda de este último porcentaje.

 

El articulista recuerda que Taibo concentró el FCE, la Dirección General de Publicaciones y la red de librerías de EDUCAL, pero sin consultar con nadie, sin debatir con editores y colegas, sin estudiar el estado que guarda la industria de las artes gráficas, sin intercambiar opiniones con la Cámara Nacional de la Industria Editorial.

 

Es contundente: desde que está a cargo del libro, en México se lee menos.

 

Señala que en la Feria del Libro de Bogotá, “Taibo se despachó con el cucharón del puchero…: ‘hay que compartir que leer es apasionante, revolucionario y transformador’. Anjá, y le faltó añadir, que los de la derecha no leen, porque si leyeran serían revolucionarios y transformadores”.

 

Apunta que según el estudio “Comportamiento lector y hábitos de lectura” del Centro Regional para el Fomento de la Lectura, el promedio de libros leídos al año en México está por debajo de España (10.5), Portugal (8.5), Chile (5.4), Argentina (4.6), Brasil (4). “Y todos muy lejos de Finlandia (47). No somos nada”.

 

Remata su artículo, fiel a su estilo, en forma muy sabrosa: “El presidente Liópez debería decir que nuestro sistema de salud será mejor que el de Dinamarca y que los mexicanos leerán más que en Finlandia. Y todos felices y contentos”.

 

 

Ya te dejo lector. Si estoy en condiciones, que casi estoy seguro que sí, como está seguro el presidente que en 2024 van a arrasar en las elecciones y en septiembre va a llegar a las Cámaras de Diputados y Senadores con mayorías calificada y absoluta y va a lograr que la Guardia Nacional pase a la Sedena y a hacer cuánto se le antoje en el último mes de su gobierno; si estoy en condiciones, volveré a mis temas habituales.