Gerardo Fernández Noroña es sin discusión el sujeto más repulsivo, vulgar, soez, lépero, grosero, barbaján, raspa y odiosito que tiene la clase política nacional. Aunque hablar de clase es un decir porque el tipo carece de ella. Sabe que cae gordo y lo disfruta, como disfruta que le griten en la calle sandez y media que contesta de la misma manera.
Su presencia en la presidencia del Senado ha sido la más corriente en la historia de la Legislatura. Pero una cosa lo salvaba; mientras anduvo de bloqueador de calles y arengador en manifestaciones, fue un ejemplo vivo de austeridad.
Esa austeridad le dio “autoridad moral” para fustigar sin piedad a los ricos, a los ladrones, a los corruptos, a los desviadores de recursos y no hubo nadie que le revirara.
Cuando obtuvo por primera vez una curul dijo: “Los diputados no deberíamos ganar más de lo que gana un maestro”. Y de ahí se siguió hasta nuestros días: “Los legisladores debemos dar ejemplo de vida austera… Yo no tengo coche y menos chofer, soy un hombre del pueblo… Es ofensivo que los funcionarios vivan con lujo mientras el pueblo sufre…”.
Como presidente del Senado ha sido un francotirador certero que humilla y fulmina con su lengua viperina cualquier disidencia de la oposición.
Así como ha sido leguleyo con muy pocos (López Obrador, Adán Augusto López y uno que otro por ahí) ha sido implacable con los enemigos del régimen y hasta con los dependientes de las tiendas de autoservicio.
Cuando comenzó a viajar en avión dijo: “Viajar en clase turista es parte de mi compromiso con el pueblo”. Pero pronto, bien pronto, dejó esa clase para viajar en Clase Ejecutiva o Business Class. Y desde que ocupa la presidencia del Senado lo hace en The First Class.
Soberbio y mentiroso dijo que esos viajes los pagó de su peculio pero no lo pudo probar y cuando los periodistas ventilaron sus gastos se enfureció y los acusó de clasistas y racistas.
Ahí donde hay una bronca, ahí donde hay gritos, sombrerazos y denuestos, seguro está el patán de Noroña manoteando, vociferando y acercando su cara a la de su interlocutor para dejarle el tufo de su halitosis.
En tantos años viviendo del presupuesto, ¿qué le ha dado este sujeto a la vida política de este país? Nada que no sean sus desplantes y patanerías.
Pero la vida le tenía reservada una muy mala jugada.
Como todo aquí se paga, Dios castigó a este ateo irredento y lo convirtió en un sujeto de la calaña de los que no podía ver; lo convirtió en millonario.
En apenas once meses como Senador, lo hizo dueño de dos Volvos de 650 mil pesos cada uno (con chofer y toda la cosa) y de una casita en el Tepozteco de 12 millones de pesos, con lo que le calló la boca, quizá para siempre, porque ya no podrá señalar con su índice flamígero a los fifís, a los ladrones de cuello blanco, a los saqueadores del erario y a los corruptos, sin sentirse ruborizado.
Pobre tipo, que pena me da porque hasta que se muera vivirá como rico, algo que de seguro jamás deseo ser.
Uy no, qué va.
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