“Un tal Lucas.”
Mtro. José Miguel Naranjo Ramírez.
Siempre se ha dicho que toda buena escritura por exigente, especializada, exquisita e incluso erudita que sea, debe tener la cortesía de la claridad, la sencillez, facilitar la comprensión del lector, el filósofo español José Ortega y Gaseet se refirió a esta forma de escribir con la frase: “La claridad es la cortesía del filósofo”, esto implica utilizar un lenguaje claro, preciso y conciso, se deben evitar los culteranismos aun en los tratados filosóficos que exigen un alto nivel de reflexión, conocimientos y uso del lenguaje. Lo anterior aplica no sólo para el campo de la filosofía, la literatura por muy especializada que sea e incluso respetando las técnicas de sus diversos géneros literarios estos deben transmitir, comunicar, enseñar, una gran obra de arte no se reconoce por la incomprensión o dificultad de su lectura, tal vez, una gran obra exija al lector entrega, concentración, dedicación, investigación, pero al final, lo que se valorará es el mensaje de la obra, la enseñanza, la profundidad y claridad de lo abordado, su relevancia y universalidad.
Ejemplos de libros clásicos con escritura accesible y digerible abundan, en el terreno filosófico nos encontramos con los diálogos de Platón, en el literario El Quijote de Miguel de Cervantes a pesar que se escribió en los inicios del siglo XVII y utiliza un lenguaje común de la época, en la actualidad se lee con fluidez, absoluta comprensión. Con el paso de los años fueron naciendo y desarrollándose diversos géneros literarios, el cuento es uno de ellos, en Latinoamérica dos referencias obligadas de este género son Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, sus cuentos son magistrales, en algunos casos eruditos, filosóficos, misteriosos, fantásticos, pero, a pesar de todas esas características cualquier lector puede acercarse a leerlos y de manera general podrá comprenderlos, claro está unos más que otros, y los más difíciles exigirán lecturas, relecturas, análisis e investigaciones, empero, el mensaje y el uso del lenguaje es indiscutiblemente claro.
Refiriéndonos precisamente al uso del lenguaje en la escritura, me encontré con una colección de cuentos de Cortázar que aborda ésta temática de manera brillante, la colección se titula: “Un tal Lucas” publicada en 1979. Cortázar en este libro crea al personaje llamado Lucas, aquí el lector se encontrará con pequeños cuentos, reflexiones, con una enorme diversidad de temas, anécdotas, experiencias, sin embargo, lo seleccionado para desarrollar en el presente artículo es lo planteado por Cortázar en cuanto al uso del lenguaje e inicio con el cuento: “Lucas, sus comunicaciones”, donde literalmente se expresa lo siguiente:
“Como no solamente escribe sino que le gusta pasarse al otro lado y leer lo que escriben los demás, Lucas se sorprende a veces lo difícil que le resulta entender algunas cosas. Cuando las lecturas terminan así, Lucas se pregunta qué demonios ha podido ocurrir en el aparentemente obvio pasaje del comunicante al comunicado.” Después de reflexionar sobre la escritura, la relación escritor-lector, Lucas termina afirmando lo que considero una máxima cortazariana: “No se trata de escribir para los demás, sino para uno mismo, pero uno mismo tiene que ser también los demás.”
Conforme se avanza en la lectura aparecerá otro cuento con el título: “Lucas, sus clases de español”, este cuento es puntual en cuanto a la crítica y la enseñanza del mal y buen uso del lenguaje. En la historia Lucas es profesor de español, lo contratan y le piden que no enseñe argentinismos, exigen de Lucas que enseñe bien el castizo y le aclaran que sus clases serán supervisadas por el Director. Lucas preocupado empieza a buscar textos en español que sean claros, nítidos, y en esta búsqueda se encuentra con un artículo de El País del 17 de septiembre de 1978, el tema que aborda el artículo es sobre el toreo, lo recorta y se los proporciona a los alumnos franceses para que lo lean e intenten comprenderlo, Lucas creía que sería un texto muy útil, por su importancia me veo obligado a transcribirlo:
“El galache, precioso, terciado, mas con trapío, muy bien armado y artifino, encastado, que era noble, seguía entregado a los vuelos de la muleta, que el maestro salmantino manejaba con soltura y mando. Relajada la figura, trenzaba los muletazos, y casa uno de ellos era el que tenía que seguir el toro un semicírculo entorno al diestro, y el remate, limpio y preciso, para dejar a la fiera en la distancia adecuada. Hubo naturales inmejorables y de pecho grandiosos, y ayudados por alto y por bajo a dos manos, y pases de la firma, pero no se nos irá de la retina un natural ligado con el pecho, y el dibujo de éste, con salida por el hombro contrario, quizá los más acabados muletazos que haya dado nunca El Viti.” Con este lenguaje tan elegante, claro, puntual, ¡seguramente nuestra lengua se lució y los estudiantes galos quedaron impresionados!
Mejor no, mejor evitemos el sarcasmo y seamos directos y enfáticos con la crítica. Este artículo es un verdadero horror, una ofensa para nuestra lengua, y precisamente allí está la gran enseñanza cortazariana, porque al exhibir ese lenguaje rebuscado, sin contenido, ni sintaxis, nos está enseñando que la alta escritura no se encuentra en lo afectado, al contrario, lo más sencillo suele ser lo más elegante, lo más claro suele ser lo más profundo, y, tal vez, por qué no decirlo, lo más complicado y difícil de alcanzar, porque escribir de manera clara conlleva años de lecturas, dedicación, trabajo, esfuerzo, investigación, y una permanente búsqueda en la comprensión de la lengua, un ejemplo magnifico lo encontramos en la siguiente reflexión que aparece en una sola página de: “Un tal Lucas.”
“Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se peinan, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son.”
Es decir, lo rebuscado, lo superficial, lo superfluo. La vida y la lengua no son así, por ello lo serio permanece, lo demás se desvanece…
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