“Jorge Edwards 1931-2023.”
Mtro. José Miguel Naranjo Ramírez.
Los años pasan y pasan y tal como cantó por muchos años Juan Gabriel: “…el tiempo pasa y él nunca perdona”. En este transcurrir del tiempo en muchas ocasiones leemos y disfrutamos a autores que están activos produciendo obras literarias, ejemplos: Sergio Ramírez, ese gran escritor nicaragüense que en un promedio de cincuenta años ha escrito obras memorables y hoy día sigue escribiendo, hace unos meses tuve la oportunidad de leer: “Tongolele no sabía bailar”, obra publicada en el 2021 donde Sergio Ramírez desnuda la barbarie y el salvajismo de la dictadura de Daniel Ortega. Lo mismo sucede con Mario Vargas Llosa, quien acaba de publicar su más reciente novela, y todo indica que será la última, titulada: “Le dedico mi silencio”. Novela ambientada en el Perú, donde el romántico personaje Toño Azpilcueta pretende unificar a su polarizado país a través de la música. Cuando leo estas obras y observo y escucho hablar a sus autores, los siento cercanos a mí, aunque nunca nos saludemos de mano, ellos forman parte de nosotros. Dialogamos con ellos, coincidimos o diferimos, en esencia, estamos en comunicación.
Más, el mismo paso del tiempo nos va arrebatando físicamente a autores que admiramos. Al escuchar las noticias de su deceso sentimos nostalgia, empero, sabemos que la muerte es parte integral de la vida, y lo único que podemos hacer es recordarlos mediante su principal legado: sus libros. Por lo antes expresado, este primer mes del año será dedicado a conmemorar y despedir a cuatro extraordinarios escritores que fallecieron en el recién ido 2023 e iniciamos con el escritor chileno Jorge Edwards.
Jorge Edwards fue un afamado crítico literario, novelista, cuentista. Muchas personas lo recuerdan porque fungió como diplomático chileno en París, en representación del gobierno socialista de Salvador Allende. No obstante, considero que Jorge Edwards ante todo fue un literato y si hay que presentarlo a un público, lo primero que debe pronunciarse es su enorme y valiosa obra literaria, obra que lo llevó a que le concedieran en 1999 el Premio Cervantes de Literatura y que desde 1980 fuera miembro de la Academia Chilena de la Lengua. Luego entonces, recordaremos al literato chileno con un libro de relatos titulado: “Las máscaras”, obra integrada por los siguientes relatos: “Después de la procesión, La experiencia, Griselda, Adiós Luisa, Los domingos en el hospicio, Los zulúes, Noticias de Europa, El orden de las familias.”
En estos ocho relatos a pesar de la diversidad de temas e historias, lugares y personajes abordados por el autor, existe un tema que resalta y es la familia burguesa y particularmente su decadencia, esa familia de mediados del siglo XX conservadora, de doble moral, esas costumbres-prejuiciosas que limitan la libertad individual, que impiden el libre desarrollo en la adolescencia y que causan complejos, soledades, vacíos, etc.
En el relato: “Después de la procesión”, Isabel es una joven bella, en plenitud. Isabel se arregló y pintó los labios para ir a la procesión de la Virgen del Carmen, tan venerada en Santiago de Chile. El autor pone en boca de Isabel y los personajes que la rodean comentarios sobre sus labios pintados. Algo que nos puede parecer un tema sin importancia, en aquellas sociedades el que una joven bella se pintara los labios y así acudiera a la procesión tenía una connotación negativa para la mayoría. Lo que ellos no sabían, tal vez, una tía de Isabel fue la única que presintió que Isabel se pintaba los labios y se arreglaba no para quedar bien con la virgen, sino porque ella quería lucir bella ante su primo Sebastián.
En la historia nunca el lector encontrará una declaración expresa del interés que tiene Isabel por Sebastián, sin embargo, están tan bien narrados los pensamientos y soliloquios de Isabel que al lector no le queda ninguna duda. Toda esta historia se va desarrollando en las calles al momento de la procesión, y aquí el autor muestra por una parte su filiación comunista, empero, también enseña la intolerancia eterna entre las diversas ideologías, ya que un joven comunista fue golpeado por un muchacho de la “Acción Católica”, debido a que el comunista estaba lanzando insultos contra la procesión.
Isabel llegó a la casa de la familia donde vivía Sebastián. Allí se encontró con él. Se saludaron y Sebastián dialogaba con un amigo sobre “la vocación religiosa”. Isabel le preguntó por qué se interesaban tanto por la vocación. Éste le cuestionó si no le interesaba el tema, ella respondió que sí, pero ella insistía le explicara por qué su interés en la vocación religiosa; Sebastián contestó: “-La vocación es un llamado de Dios –Dijo Sebastián –. Algunos se resisten; otros, en cambio, tienen la inclinación sin que Dios los esté llamando. Es un problema terriblemente difícil –agregó, con un rápido aleteo de las pestañas.”
Todo indica que Sebastián siente ese llamado. Un personaje secundario de nombre Eliana le comenta a Isabel que es inútil platicar con Sebastián, que no se gana nada con discutir: “–Está completamente perdido –dijo. Los curas lo tienen agarrado. ¡Todo te lo da vuelta! ¡Esos curas!”
Isabel se fue a su casa con la seguridad de que Sebastián no sería para ella. Él sentía el llamado de Dios. La gente que rodea a Sebastián y a la familia de éste, son campesinos humildes, trabajadores que al ver llegar a sus amos se paran y dejan de comer hasta que ellos se vayan…Así es como la burguesía que aparece en este relato sienten la presencia de su Dios; son los llamados, los elegidos, y los demás deben obedecerles como ellos obedecen a su Dios. En la parte final del relato Isabel platica con su amiga “la gorda”, le dice que ella tiene miedo de “tener la vocación”: “–¿De dónde sacas eso? –preguntó la gorda. –¿De lo que decía tu primo? –No –dijo Isabel –. No sé…Me pasa una cosa rara, ¿sabes?: cada vez que me gusta un tipo y lo encuentro después de un tiempo, me desilusiona completamente. Es raro, ¿no encuentras? –Pero eso no significa que tengas vocación –dijo la gorda. –Verdad –afirmó Isabel –. Tengo bastante miedo de tener vocación.” El llamado de Dios, la gran máscara.
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