“La Rueca de Gandhi, 34 años.” ¡Felicidades y larga vida!
Mtro. José Miguel Naranjo Ramírez.
Recuerdo que en el mes de junio de 2021 salió publicado en diversos medios periodísticos, la triste noticia de que el emblemático Árbol de Hule, ubicado en la avenida Orizaba de esta ciudad capital, fue derribado por decisión de las autoridades. Las autoridades argumentaron que: “El árbol presentaba pudrición en sus raíces, así como daños estructurales en el tronco.” La noticia causó molestias y de manera personal provocó recuerdos, añoranzas; a mi mente vinieron las imágenes de algunas tardes cuando caminaba cerca del árbol con un antiguo amor y ahora sabía que, así como aquel amor se diluyó y sólo era parte de un bello recuerdo, de la misma manera el Árbol de Hule también pasaba a ser sólo eso, un recuerdo. Empero, la retirada del árbol suscitó algo más importante consistente en saber y sentir que la buena calidad de vida en las ciudades y el desarrollo sólo se logra cuidando nuestros bienes naturales; un árbol produce oxígeno, purifica el aire, capta agua, y algo más, su agradable presencia se convierte en parte de la nuestra.
Cuando el amigo Eligio Ramírez me hizo la invitación para estar hoy aquí platicando con ustedes y juntos celebrar un año más de vida de la librería, lo primero que vino a mi mente fue el Árbol de Hule mencionado. Al inicio no sabía el porqué, más al pasar los días fui descifrando que al árbol lo relacionaba con la librería principalmente por dos motivos: el primero estriba en que los seres humanos creamos apegos y necesitamos sentir identidad, mejor dicho, identificarnos con algo que nos guste, nos agrade, nos otorgue alegría, bienestar. Allí nos sentimos seguros y satisfechos. El segundo motivo lo descifré con mayor claridad. Lo explico: así como un árbol oxigena nuestras vidas, purifica el aire que respiramos, una librería puede producir en nosotros transformaciones increíbles. De entrada, la librería naturalmente nos conduce a los grandes libros, y una vez que nos vamos acercando a ellos, leyéndolos, familiarizándonos, nuestro interior irá modificándose.
Una librería como La Rueca de Gandhi si bien se sostiene por la venta de libros, en lo personal puedo decir que jamás ha sido el propósito de Eligio: “ganar, ganar”. Un librero de cepa, como los hay varios en Xalapa, comprende que lo más importante es acercar al lector a los grandes libros sin que para el vendedor represente una pérdida o para el lector un gasto inaccesible. Basta con esta actitud para contemplar a los libreros como unos verdaderos quijotes. Luego entonces, aquí se cumple que las librerías son un punto importante para la civilización. Porque sólo a través de la lectura es como nos hemos venido civilizando, humanizando. Siempre he creído que se logra poseer un espíritu crítico cuando se leen los grandes libros. Y como he dicho tres veces la frase: “grandes libros”, quiero aclarar que no me refiero a la cantidad de páginas que integran cada obra, sino a la grandiosa impresión que logran en nosotros al instante de leerlas. El lector cuando sale de la librería llevando a su casa “Los miserables”, de Víctor Hugo y “La muerte en Venecia”, de Thomas Mann, al concluir esas lecturas su sensación de asombro ante ambas obras se centrará en la belleza de la prosa, la profundidad de la historia. Tan atrapante le resultará el personaje que aparece en la voluminosa novela de Víctor Hugo llamado Jean Valjean, como tan cautivante le será Gustav Von Aschenbach, ese filósofo creado por Thomas Mann en el breve relato quien está obsesionado por la belleza…
Irene Vallejo en su bello libro: “El infinito en un junco” nos muestra que en el proceso civilizador las librerías han jugado un papel fundamental. En el apartado subtitulado: “Las librerías ambulantes”, nos cuenta lo siguiente: “En el tránsito del siglo V al IV a. C., aparecen en escena por primera vez unos personajes hasta entonces desconocidos: los libreros. En esa época, la nueva palabra bybliopólai (vendedores de libros) asoma en los textos de los poetas cómicos atenienses. Según nos cuentan, en el mercado del ágora se instalaban tenderetes de ventas de rollos literarios entre puestos que ofrecían verduras, ajo, incienso y perfumes. Por un dracma, dice Sócrates en un diálogo de Platón, cualquiera puede comprar un tratado de filosofía en el mercadillo. Sorprende que existiera ya una disponibilidad tan fácil de libros y, más aún, de obras filosóficas difíciles. A juzgar por su reducido precio, seguramente se tratara de copias en formato pequeño o de segunda mano.
Poco sabemos sobre los precios de los libros. El coste de los rollos de papiro sugiere que la norma oscilaba entre dos y cuatro dracmas por ejemplar –el equivalente a la paga de un jornalero de uno a seis días…A finales del siglo V a.C., empezó ya la inmemorial tradición de burlas contra los ratones de bibliotecas, cuyo arquetipo será don Quijote. Aristófanes, dando la bienvenida con sorna a la intertextualidad, se ríe de los escritores que “exprimen sus obras a partir de otros libros”. Otro autor de comedia utilizó una biblioteca privada como decorado de una escena. En ella, un maestro enseña con orgullo el famoso héroe Heracles sus estantes repletos de libros de Homero, Hesíodo, los trágicos y los historiadores. Los libreros atenienses contaban con clientes de ultramar. Se inició la exportación de libros…Tuvo que existir una cierta organización para abastecer el mercado librario, y personas que regentaban talleres de copia. Pero no tenemos datos para reconstruir su envergadura y funcionamiento, y por tanto nos adentramos en el tembloroso territorio de la superstición…Estrabón dice de Aristóteles que fue el primero que sepamos que coleccionó libros. Se cuenta que Aristóteles compró todos los rollos que poseía otro filósofo por la inmensa suma de tres talentos (dieciocho mil dracmas). Lo imagino acumulando durante años, en un continuo goteo de dinero, los textos esenciales para abarcar todo el espectro de las ciencias y el arte de aquella época. No habría podido escribir lo que escribió sin una lectura constante. Un pequeño rincón de Europa empezaba a ser devorado por la fiebre de los libros.”
Partiendo del texto de Irene Vallejo, podemos afirmar que Eligio Ramírez y su Rueca de Gandhi conservan y dan continuidad a una tradición antiquísima. El mundo de las librerías nació hace más o menos 2500 años, y aquí siguen los modernos libreros quijotescos llevando los libros a las calles, creyendo que los libros son el camino de salvación, de humanización. Muchas de las tradiciones culturales que poseemos y que nos impusieron, provienen de la tradición greco-latina. Sin embargo, como seres originales, creativos, progresistas, a cada rasgo cultural heredado le hemos impregnado nuestro sello, nuestra esencia. Las modernas librerías tienen una función más amplia y vital en nuestra sociedad: crear vínculos, crear comunidad.
Hace unos días disfruté la lectura del libro: “La librería más famosa del mundo” del escritor canadiense Jeremy Mercer. En esta obra el autor nos relata su estancia en la librería: Shakespeare and Company. Sí, esa famosa librería que se encuentra en el centro de París, frente al Sena, cerca de la Catedral de Notre Dame. Jeremy Mercer llegó a vivir en diciembre de 1999, días antes del cambio de milenio. Vivió en la librería un promedio de seis meses. En estas memorias noveladas cuenta el nacimiento de la célebre librería fundada en 1919 por Sylvia Beach. Gracias a esta librería salió publicada una de las novelas más revolucionarias en la historia de la literatura universal: El “Ulises”, de James Joyce.
En Shakespeare and Company estuvieron hospedados reconocidos escritores como Lawrence Durrell, Lawrence Ferlinghetti; Julio Cortázar durmió allí en varias ocasiones. En la librería se reunían permanentemente Esnest Hemingway, Scott Fitzgerald, tal como lo narra Hemingway en sus memorias: “París era una fiesta.” Se vino la guerra y con la invasión nazi al país galo, la librería cerró sus puertas en 1941. Sylvia Beach nunca más la abrió, no obstante, llegó otro espíritu quijotesco llamado George Whitman y en 1951 la reabrió originalmente con el nombre: Le Mistral. La propia Silvia Beach acudía a la librería, y al morir ella, Whitman en 1953 regresó al nombre original de Shakespeare and Company. Jeremy Mercer sostiene que la librería en las dos etapas ha mantenido su espíritu humanista, solidario. Allí pueden ir a comprar libros a módicos precios, o en caso de no tener dinero existe una sala de lectura: “Una biblioteca, zona de escritores, espacio para disfrutar en grupo el té, días para promover la lectura en voz alta…”
Finalmente, la tradición de las librerías tiene un promedio de 2500 años de antigüedad. Los siglos han pasado y aquí están las librerías tan vigentes y necesarias. Ellas representan un foco de civilización, una luz ante la oscuridad. Los libros y el ambiente que propician son como los árboles que nos oxigenan y nos limpian de los peligrosos aires de la ignorancia, los prejuicios, la cerrazón, la intolerancia…Hoy día París disfruta de “La librería más famosa del mundo”, y los xalapeños conmemoramos a nuestra querida y bien ponderada “Rueca de Gandhi. “¡Que vivan los libros! ¡Que vivan las librerías!
Xalapa, Veracruz a 19 de abril de 2024.
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