LA ORATORIA Y LAS CAMPAÑAS ELECTORALES – Por Francisco Berlín Valenzuela

’26/12/2024’
’26/12/2024’
’26/12/2024’

(Tres Partes)

                                                       Por Francisco Berlín Valenzuela*

Primera parte

    Los analistas políticos  han venido señalando el fenómeno de desideologización que se está produciendo en varios países en las organizaciones partidistas, al estarse alejando sus dirigentes de los principios y doctrinas que constituyen su plataforma ideológica. Es un hecho que se ha venido presentando “no como un proceso natural sino consciente”, reduciendo la política “a una cuestión comunicativa y publicitaria”. Muy bien puede afirmarse hoy en día que se han relativizado las ideas y los partidos se han vuelto pragmáticos en sus propósitos centrales de alcanzar el poder.

México no es ajeno a esta tendencia y la práctica política está conduciendo a sus partidos a las alianzas y coaliciones más extrañas que antes eran impensables. Así, dentro del espectro político la ciudadanía está contemplando en el proceso electoral que se está llevando a cabo para las elecciones del primero de Julio, que partidos considerados de derecha, se unen a otros de izquierda o de centro, para luchar conjuntamente por la presidencia de la República, las gubernaturas de las entidades federativas, las presidencias municipales y las diputaciones federales y senadurías para integrar el congreso de la unión.

En estas condiciones, quienes participen como oradores en las campañas políticas próximas a iniciarse, empezando por los candidatos y los dirigentes de los partidos, se van a enfrentar al problema de la orientación ideológica de sus discursos, en virtud de que los partidos que los apoyen han sacrificado las ideas que les dieron origen, para hacer posible las alianzas electorales.

Por eso, es oportuno reflexionar sobre la importancia de la oratoria en las campañas políticas y sobre los temas que puedan interesar a los electores  en las nuevas formas de actuar de los partidos.

En principio, considero que dentro de la clasificación de la oratoria podemos distinguir tres géneros -entre otros- como son: político o parlamentario, forense o judicial y sagrado o religioso. El género que interesa destacar en esta conferencia es el que se refiere a los discursos pronunciados ante un senado, congreso o asamblea pública sobre asuntos de gobierno, extendiendo lo político a cuando concierne al mejoramiento de las condiciones de vida de un pueblo.

El cultivo de la oratoria política, requiere desde luego que el orador posea una vasta preparación y sólida cultura, debiendo seguir el consejo del gran tribuno José Muñoz Cota, a quien tuve la distinción de tener como maestro, cuando al dirigirse a un joven orador lo incita a frecuentar a los hacedores de la palabra tanto los del pasado como los del presente, al leer no libro si no bibliotecas, a velar todas las noches las armas del idioma, para salir airosamente por los campos del saber, para vivir en un estado de conciencia clara y definida sobre su visión política en la vida.

Deben los oradores conocer la historia nacional y universal por constituir lecciones que son siempre fuente fecunda de experiencias; adentrarse en las complejidades de las ciencias sociales políticas y económicas para señalar los rumbos a seguir por su audiencia; interiorizarse en sus tradiciones, formas de pensar, tendencias, requerimientos y aspiraciones de los habitantes de su país todo lo cual constituye una necesidad impostergable que ningún orador político debe soslayar si realmente quiere contribuir a mejorar las instituciones de su país.

La oratoria política tiene especiales características que la distinguen de los otros dos géneros mencionados, pues el que sube a una tribuna para discernir de los asuntos de gobierno, carece del apoyo que, por ejemplo, tiene el orador religioso, cuyo soporte es más consistente ya que descansa en la fe de sus oyentes, la autoridad de los dogmas indiscutibles y la actitud respetuosa de su auditorio por el lugar sagrado en que se encuentra. Por lo que toca al practicante de la oratoria forense o judicial, su sostén se encuentra en la existencia de un orden normativo que debe ser observado, estando las leyes en un nivel superior a los jueces y “que bien expuestas y aplicadas no dejen lugar apenas a la controversia, si no que arrastran los votos y determinan el fallo”.

La oratoria política, en cambio, se practica en asambleas que generalmente todo lo ponen en duda, aun las más cristalinas evidencias debido a los intereses encontrados y a las variadas ambiciones que están en juego en las luchas por el poder. Así, observamos que los  parlamentos y auditorios políticos resultan ser, según expresara Campillo y Correa ”campos de batalla donde en vez de tratarse de ajustar nuestra conducta a ciertas doctrinas y leyes establecidas ya de antemano, se fundan y sancionan de nuevo para que sirvan de norma en lo sucesivo”.

Las adversas circunstancias, que en muchas ocasiones tiene que enfrentar el orador político por la actitud escéptica de sus oyentes o la escasa autoridad que sobre ellos tiene, presionan su conducta para producirse realmente con verdad, honradez y talento, a fin de lograr producir la influencia que desea en sus oyentes, situación está que hacía decir al orador francés Mirabeau “El corazón no puede ser puro mientras los labios mienten”.

Tanto en los tiempos pasados como en los actuales, el género de oratoria política encuentra en los partidos políticos su cauce natural por ser estas organizaciones los medios a través de los cuales se explican y proyectan las cuestiones del poder, de las luchas para conquistarlo y de la vida misma del Estado. Por lo tanto, obliga al estudioso de las ciencias sociales y políticas a comprender cabalmente su origen, naturaleza, estructura, sistemas en que se encausan, el número de partidos existentes y su relación con los regímenes políticos.

Su noción conceptual nos conduce a considerarlos como formaciones sociales integradas por un vínculo sociológico y un fin político, explicándose el primero en razón de los miembros que lo forman, los cuales dan lugar a una existencia objetiva independiente; y el segundo, por el fin político que persiguen que fundamentalmente está constituido por la conquista del poder para ejercer el gobierno y desde ahí poner en práctica el programa y la doctrina que constituye su razón de ser, aunque justo es reconocer, que esto último se ha relativizado debido al proceso de desideologización que está caracterizando en la actualidad a la mayor parte de estas organizaciones políticas, preocupadas fundamentalmente por la conquista del poder.

Muchas son las definiciones que sobre los partidos políticos se han venido elaborando dentro de la creciente bibliografía que existen en todos los países, observándose que en la mayor parte de ellas se encuentran los elementos sociológicos y políticos mencionados. Así, el sociólogo sudamericano Alfredo Poviña escribió hace mucho tiempo que ellos son: “agrupaciones permanentes y organizadas de ciudadanos que mediante la conquista legal del poder público, se proponen realizar en la dirección del Estado un determinado programa político y social”.

En esta definición se encuentran los elementos fundamentales que explican la naturaleza y función de los partidos: a) agrupación política de ciudadanos organizados de forma permanente; b) conquista legal del poder público como un medio y, c) realización de un programa político- social como una finalidad.

Es de observarse, que en cuanto al número de estas organizaciones políticas, pueden ser clasificadas como: sistemas bipartidistas, pluripartidistas, de partido único y de partido dominante.

Nuestro país durante mucho tiempo tuvo un sistema considerado como de partido dominante o hegemónico, que duro hasta el año 2000, en que por primera vez, una organización política diferente a la que había venido manteniendo el poder durante 71 años lo sustituyó en la Presidencia de la República. Fue así como el Partido Revolucionario Institucional (PRI), dejo de ser el partido dominante al ser sustituido por el Partido Acción Nacional (PAN), que ocupó el mencionado cargo durante dos sexenios continuos del año 2000 al 2012.

Dentro de este panorama pluripartidista, que ha sido propiciado por las diversas reformas políticas que fueron sufriendo nuestras leyes electorales, se llega a la contienda electoral del año en curso, en la que participan diversas fuerzas políticas que son: Partido Acción Nacional (PAN), Partido Revolucionario Institucional (PRI); Partido de la Revolución Democrática (PRD); Partido Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA); Partido Movimiento Ciudadano; Partido Verde Ecologista de México (PVEM); Partido Nueva Alianza (PANAL); Partido del Trabajo (PT); Partido Encuentro Social (PES).

Estos partidos se han coaligado en tres fuerzas políticas para participar en el proceso electoral que tendrá verificativo el 1 de julio, integrando tres alianzas conformadas por: “México al Frente” con el candidato Ricardo Anaya Cortés, integrada por PAN, PRD y MC; MORENA, PT y PES, con el candidato Manuel López Obrador y, PRI, PVEM y PANAL con el candidato José Antonio Meade Kuribreña.

El cuadro anterior se complementará con los candidatos independientes que logren reunir los requisitos exigidos en las leyes de la materia, para que puedan figurar en la boleta electoral, que según parece, por el número de registro de firmas obtenidas, que se encuentran en proceso de validación serán: Jaime Rodríguez Calderón, Margarita Zavala y Armando Ríos Piter.

 

Segunda Parte

 

Los ahora precandidatos que están tratando de convencer a los miembros de sus partidos para que los nominen como sus candidatos para la contienda electoral, necesitaran de buenos oradores, formados en el seno de sus partidos, conocedores de sus programas y doctrinas a fin de convencer a los ciudadanos en el desarrollo de las campañas y en el recorrido que aran los candidatos por todo el país, de que ellos son las mejores opciones para poder integrar gobierno a partir del 1 de diciembre próximo.

Es conveniente, no perder de vista que en un país con frágil vocación democrática como el nuestro, tiene que entender que el sufragio tiene una gran importancia y posee funciones inmanentes como son las orales y participativas y funciones trascendentes como son las de producir legitimación de los gobiernos y las de integración de los órganos del Estado.

Mediante las funciones electorales se realizan los actos necesarios para la designación de candidatos, se establecen las calidades de los electores, así como las instituciones normativas y organismos operacionales.

La función de participación del sufragio tiende a ser posibles las formas de democracia semidirecta como son entre otras, la práctica del referéndum, el plebiscito y la iniciativa popular, las cuales son normas completas del ejercicio del poder en el Estado por parte de los electores.

La función legitimadora del sufragio en un régimen representativo y democrático, es vital para la justificación misma del poder, ya que los gobernantes deben aspirar a ejercer un poder jurídico.

Señalamos por último, la función trascendente de las elecciones que consiste en la integración de los órganos del Estado, lo que la hace  de considerable valor porque permite la transmisión pacifica del poder y la continuidad de los gobiernos.

 

Compenetrados ya del enorme valor que las elecciones representan para una comunidad política, se impone meditar en el papes de los oradores en las contiendas electorales.

 

Preciso es, en primer lugar distinguir claramente entre la diversidad de individuos que giran alrededor de un partido político. Así se aprecia la existencia de dirigentes, candidatos, militantes, simpatizantes y votantes sistemáticos u ocasionales.

 

Esta distinción es de gran utilidad al orador en las campañas políticas, pues deberá percatarse previamente a su intervención la clase de auditorio al que se va a dirigir para hacerlo de manera idónea. Ya que no es lo mismo un público de militantes de un partido que un público de electores flotantes e indefinidos, los cuales en ocasiones llegan a ser tan numerosos que pueden decidir el triunfo electoral.

 

Por otra parte, en concordancia con lo anterior, hay que tener en cuenta las diferentes etapas del proceso electoral, dentro del cual se llevan a cabo actos políticos diversos, en los cuales el orador del partido enfrentara a públicos disímbolos, así por ejemplo existen actos, rituales como  es una convención,  en la que ya previamente los sectores se han pronunciado a favor de un candidato y los delegados que a ella asisten solo van a confirmar su decisión de apoyo ya manifestada, es evidente, que en este tipo de actos, la función del orador es la de justificar una candidatura más que convencer sobre los beneficios y la conveniencia de ella.

 

Existen otro tipo de actos políticos en los que su integración es indiscriminada, concentrándose en mítines simpatizantes, adversarios, curiosos e indiferentes. Es conveniente señalar que en estos casos el orador debe utilizar un lenguaje cuyas premisas no se consideren aceptadas de antemano, ya que puede provocar rechazos y animadversión, haciendo reaccionar al público probablemente negativa, haciendo estéril el mensaje.

 

Pensamos que en tales situaciones lo más recomendable es que las premisas mayores deben estar bien fundamentadas, buscando la adhesión en base al compromiso que despierten los postulados del partido y las propuestas de los candidatos.

 

Es recomendable también tener en cuenta, que dada la heterogeneidad de los grupos que integran los auditorios en los diversos mítines que se celebran en un distrito electoral, es necesario, destacar los aspectos comunes que pueden identificar a un candidato con las necesidades concretas de esos grupos.

 

Parece necesario insistir también en la conveniencia de que los oradores entiendan la distinción que hay entre la revolución como suceso histórico, en la que el pueblo tomó las armas para substituir el viejo orden por uno nuevo, más justo y democrático, del termino revolución que alude a una actitud dinámica en la sociedad actual, para impulsar el cambio y el progreso de nuestro país. Esta postura no busca perpetuar desde luego los intereses creados ni hacerse cómplice de las injusticias que pudieran existir, pues un verdadero revolucionario debe luchar por hacer realidad los principios que han sostenido nuestros mejores hombres en sus intentos por perfeccionar constantemente las instituciones sociales que poseemos.

 

Esta distinción entre revolución como hecho histórico y revolución como actitud dinámica en la vida, debe ser explicada al pueblo, pues de no hacerlo, se corre el riesgo de que se sienta muy alejado del movimiento armado de 1910, si solo piensa en esa interpretación, tenemos que hacer comprender a la ciudadanía que hay también un concepto de revolución institucionalizada. La institución como es sabido, es una forma de organización estructurada con determinados fines más o menos precisos y con una permanencia relativa. Lo institucional en este contexto, que incluye la idea de revolución como actitud dinámica es un modelo que perfila y encausa conscientemente el cambio a través de esfuerzos deliberadamente planificados, en los que lo único inmutable es la convicción de que toda estructura social es siempre perfectible. Esta es una razón que sobre el particular deben tener siempre presente los oradores políticos.

 

Los oradores deberán comunicar esto a sus interlocutores, sobre todo cuando utilice slogans, clichés o temas que hagan alusión a la revolución, evitando así que parezcan conceptos estereotipados y anacrónicos. Al ser entendidos solamente como alusiones al hecho histórico, la nueva generación mexicana, distante  ya en el tiempo de los acontecimientos de 1910, es poseedora de una energía vital que el partido debe encauzar mediante una participación revolucionaria más acorde con la idea de revolución como actitud dinámica ante la vida.

 

Tercera Parte

 

Una elección para elegir representantes que integren la cámara de diputados, es bueno tener presente, el tipo de oratoria más adecuada para abordar cuestiones nacionales en un lenguaje directo y llano, enmarcados en la problemática local y regional que es la que más interesa a los ciudadanos que habitan en los diversos distritos electorales. Es muy cierto, que cuando la población siente que el candidato de un partido o sus oradores conocen de sus angustias y necesidades, estarán siempre más dispuestos a unirse a ellos para trabajar conjuntamente en la superación de sus propias dificultades.

 

El poder de la palabra y la habilidad del orador político debe canalizarse para provocar el dialogo entre sus oyentes, a fin de que ellos participen más interesadamente en la contiendas. En estas condiciones el basamento ideológico de los partidos servirá de soporte a los argumentos esgrimidos para combatir la tesis de una oposición que se muestra agresiva en las épocas de las campañas comiciales. Se impone entonces la necesidad de conocer más a fondo el papel que los partidos tienen en la vida política del país, pugnando porque el auditorio comprenda y justifique la acción política que despliega.

Lo anterior, adquiere una especial importancia en esta época en que los partidos hacen caso omiso de la plataforma y la doctrina que los nutre, pues es un hecho innegable que no sólo en México, si no en muchas partes del mundo, éstas organizaciones políticas se distinguen por su desideologización, es decir, por el abandono de las ideologías que sostienen, las cuales se han relativizado por culpa de sus dirigentes,  quienes han prescindido de ellas en las alianzas y conformación de frentes electorales, que realizan con la finalidad de obtener el poder político.

 

El orador político tiene que percatarse también de los elementos que están presenten en cada elección, distinguiéndolas por el tipo de órgano a integrar. No es lo mismo una elección para gobernador o Presidente de la República, a un cómicio para elegir representantes populares que integren un cuerpo colegiado. En el primer caso hay que destacar más la presencia de los candidatos, mientras que en el segundo debe resaltarse más la presencia del partido y de su plataforma ideológica.

 

En caso de elecciones para Gobernador o Presidentes Municipales o de la República, la necesidad de identificación entre la ciudadanía y su candidato es prioritaria, en cambio en aquellas que se convoca para elegir diputados o senadores deben prevalecer las tesis  partidistas, ya que en los órganos a integrar se representan grupos y tendencias de opinión.

 

Reflexionemos ahora sobre un tema de considerable importancia en el momento presente, frecuentemente se olvida en las lides electorales que la finalidad de un proceso electoral es el de obtener en un clima de concordia y paz social la superación de la lucha de los contrarios, de las partes opuestas, haciendo posible el planteamiento disímbolo de ideas, propias de una sociedad plural. En este sentido la violencia en todas sus manifestaciones, tanto física como verbal, no tiene cavida en una comunidad civilizada como es la nuestra, por ser esencialmente antitética a todo proceso electoral y por lo mismo nunca y bajo ninguna condición puede ser su componente, so pena de atentar contra los fines de la elección en el afán de alcanzar sus medios.

 

Teniendo presente este asunto resulta comprensible que los oradores en las contiendas políticas, está bien que se manifiesten encendidos en sus alocuciones, sin ser incendiarios; que sean enérgicos, pero no descorteces, intransigentes en sus postulados y principios sin llegar a ser irrespetuosos, que practiquen la polémica sin ser insultantes, pero sobre todo que se produzcan con sinceridad y verdad ante su auditorio.

 

No perdamos de vista a este respecto, que la elección es, además de un medio de capacitación de los hombres más idóneos para el ejercicio del poder político, un instrumento de legitimación, como ya lo expresamos anteriormente, por lo que todo denuesto contra los procesos electorales, los partidos políticos participantes y los ciudadanos protagonistas, se revierte debilitando la imagen pública de la elección, desvaneciendo su naturaleza pacífica y preparando el camino para el arribo del autoritarismo.

 

Quienes así proceden no ocultan su posición reaccionaria y conservadora. Mal hacen por lo tanto algunos partidos, no solamente por la escasez de militantes, sino por la falta de ideas y argumentos, cuando con posturas teatrales fúnebres ironizan insidiosamente  las instituciones democráticas, so pretexto  de defender el sufragio cuando este les es adverso.

 

No es políticamente valioso cambiarle al pueblo las urnas por ataúdes para que deposite su voto, insinuando con ello que la democracia ha perecido, porque tal actitud no contribuye en nada al perfeccionamiento de las instituciones y si genera el desaliento que conduce al abstencionismo, al debilitar el espíritu cívico de la ciudadanía.

 

Finalmente, considero que hablar de la oratoria y las contiendas electorales, implica tener presente que quienes la practican son  poseedores de   virtudes morales e intelectuales superiores, en virtud de que el orador político debe tener una gran versatilidad que lo coloque en aptitud de comunicarse lo mismo con letrados que con analfabetas, con campesinos que con profesionales, con obreros que con industriales, siendo ésta una capacidad que sólo se alcanza  mediante una constante y permanente disposición de aprendizaje, pues es evidente que el que puede lo más puede lo menos. De ahí, que quien se dirige a cualquier auditorio puede llegar a reducir dialécticamente la teoría y la praxis política.

 

Rige en términos castrenses un principio que reza “Que nadie debe desenvainar la espada sin motivo, pero menos aun envainarla sin honor”. Construyendo un símil yo les digo a los oradores políticos que nadie debe abordar la tribuna sin convicciones razonadas, pero menos aun abandonarla sin la satisfacción de haber contribuido con su palabra al fortalecimiento de la democracia y la paz social.

 

*Doctor en Derecho. Analista Político. Autor de libros en Derecho Electoral y Parlamentario. Profesor Investigador Emérito de “El Colegio de Veracruz”. Receptor de las “Medallas Defensor de la Libertad y Promotor del Progreso” y al “Mérito Jurídico”, otorgada por el Club de Periodistas de México y por el H. Ayuntamiento de Xalapa, Veracruz.