¿Impunidad? La culpa es de los marcianos.

“…porque el que promete ya está mintiendo” (Sandor Márai).

 

“Estamos perdidos”, me comenta mi amigo Crisóforo, el taxista, mientras vamos a vuelta de rueda sobre la avenida de una ciudad cuyo centro histórico está cerrado por la pandemia y la gente igual anda de compras o paseando un día antes del 14 de febrero pasado, Día del Amor y la Amistad, dicen, porque en realidad es un día como cualquier otro, atorados en desquicios y jaleo, aunque al mundo se lo esté llevando la chingada y muchos científicos opinan que es por el cambio climático (Bill Gates: “El cambio climático tendrá efectos mucho peores que la pandemia”) y la ambición desmedida de nuestra parte de poseer más y más, sin importarnos la naturaleza, el ecosistema (a la mierda con todo eso), que ahora nos pasa la factura, y otros tanto creen que es por castigo de Dios. Pos allá cada quien. Y luego, el 15 de febrero pasado, más y más asesinatos aquí en Veracruz, para días después casi morirnos del frío violento y de apagones y etc. Nadie de los terrícolas tiene la culpa; la culpa es de los marcianos.

          Sí, me desquicia la falta de conciencia de muchos de nosotros ante las atrocidades de todo tipo. Ya perdí la cuenta de cuántas veces he escuchado las expresiones: “No habrá impunidad” o “No quedará impune”, “Iremos hasta las últimas consecuencias”, “Se hará justicia, caiga quien caiga” y lo único que cae es la manzana podrida del Paraíso o la de Newton. ¿Pasa el tiempo o el tiempo nos traspasa? Quien sabe, pero lo cierto es que nos estamos pudriendo y ni nos damos cuenta, vemos por la ventana un universo que no nos pertenece, aunque quisiéramos tragárnoslo y luego defecarlo. ¿Así somos?

          El talentoso Crisóforo, taxista y filósofo, me recuerda que Sófocles expresó que un Estado donde queden impunes la insolencia y la libertad de hacerlo todo, termina por hundirse en el abismo. No, pos sí. Me quedo callado y tarareó la canción “Cuenta perdida”, escrita por mi entrañable Salvador Novo y cantada por Lola Beltrán:

 

“Nos volvimos a encontrar, después de tanto
Que al mirarte, me dio un vuelco el corazón
Si tu imagen se ha borrado con mi llanto
Como el llanto no apagara mi pasión.

 

Que volvamos a empezar, que te perdone
Que no miras, que soy otra y otro tú
Si te acepto, es porque quiero que me abone
La desgraciada vida, la que me abrió esta herida
La cuenta ya olvidada, la cuenta ya perdida
Que no alcanzó a pagarse con nuestra juventud.

 

Nuestra historia terminó, nada me debes
Fue el encuentro de dos seres, nada más
Y los soles que alumbraron mi ventura
Con el tiempo, los he visto naufragar.

 

Que volvamos a empezar, que te perdone
Que no miras, que soy otra y otro tú
Si te acepto, es porque quiero que me abone
La desgraciada vida, la que me abrió esta herida
La cuenta ya olvidada, la cuenta ya perdida
Que no alcanzó a pagarse con nuestra juventud

 

Nos volvimos a encontrar, después de tanto”.

 

Crisóforo se ríe y me dice al bajarme cerca del centro histórico: “No olvide que con el amor no se juega, menos con la amistad”. Y yo le recité estas palabras de Goethe: “El amor es una cosa ideal; el matrimonio, una cosa real; la confusión de lo real con lo ideal jamás queda impune”. Nos carcajeamos.

Los días y los temas

 

Leí: “…el filósofo esloveno Slavoj Zizek se pregunta en qué ha convertido nuestra vida el virus en más de un año. Para el pensador, la nueva normalidad, que se instauró como respuesta a la pandemia, priva nuestra existencia del sentido, convirtiéndola en “una vida extraña que se prolonga y que no nos permite ni vivir en paz ni morir rápidamente”.

          “Antes de morir, no solo estamos (obviamente) vivos, tenemos que vivir. Para nosotros los humanos, la vida es una decisión, una obligación activa” Esta postura […] es adecuada a adoptarse hoy, cuando la pandemia nos recuerda a todos nuestra caducidad y mortalidad, de cómo nuestra vida depende de una oscura interacción de (lo que nos parecen) contingencias. […] El verdadero problema no es que podamos morir, sino que la vida se prolonga en la incertidumbre, provocando una depresión permanente, la pérdida de la voluntad de continuar”. ¡Madres!

          Y luego dice: “Paradójicamente, la propuesta de la vacunación masiva, prorrogada o cuestionada por cada nueva cepa del virus, resulta en que “vivimos en un colapso pospuesto sin fin”. Y parece que disfrutamos de ello.

“En la primavera del 2020, las autoridades a menudo decían: “En dos semanas, debería mejorar”; luego, en otoño del 2020, fueron dos meses; ahora, es casi medio año […]. Ya se escuchan voces que sitúan el fin de la pandemia en el 2022, incluso en el 2024… Todos los días traen noticias: las vacunas funcionan contra nuevas variantes, o tal vez no; la rusa Sputnik es mala, pero luego parece que funciona bastante bien; hay grandes retrasos en el suministro de vacunas, pero la mayoría de nosotros todavía nos vacunaremos en verano… estas oscilaciones interminables obviamente también generan un placer propio, lo que nos facilita sobrevivir a la miseria de nuestras vidas”. (sinembargo.mx, 15/02/21).

Quien entendió, entendió.

 

De cinismo y anexas

 

Dice Aurora, una amiguita en tiempos de pandemia: “¿Quién dijo que el mundo se acababa en el 2020? Son todos tan mentirosos. Encontré una lata de atún que caduca en el 2025”.

Ahí se ven.