EURÍPIDES EN EL MES INTERNACIONAL DEL TEATRO. (IV)

“Electra.”

Mtro. José Miguel Naranjo Ramírez.

Si se preguntara en público el nombre de algunos personajes que forman parte de las tragedias clásicas, seguramente el nombre de Electra sería uno de los primeros. Esquilo abordó al personaje en su famosa trilogía de Orestes, Sófocles la incluyó en sus temas troyanos, y Eurípides le dedica una pieza trágica donde ella y Orestes son los principales protagonistas. Empero, cada dramaturgo se acercará a Electra de distintas maneras, de hecho, el propio mito y el desenlace del personaje cambia mucho en la versión de Eurípides, recordando que Electra es hija de Agamenón y Clitemnestra, su hermano se llama Orestes. La tragedia inicia en el momento que Agamenón regresó triunfador de la guerra de Troya, al poco tiempo el Rey griego será cobardemente asesinado por el amante de su esposa llamado Egisto, algunas versiones afirman que el crimen se cometió con previo acuerdo de los amantes.

Con la muerte de Agamenón sus hijos además de sufrir la irreparable pérdida de su padre, los dos siendo muy pequeños quedaron desamparados y en peligro de muerte. Orestes tuvo que ser salvado y educado fuera de su patria, pasaron los años y nada se sabía del legítimo heredero al trono. Electra por su parte no la alejaron tanto de su madre, pero desde niña ha llevado una vida terrible. En la pieza Eurípides a diferencia de Esquilo y Sófocles narra que Electra ya siendo una joven de manera obligada la casaron con un campesino, con esta decisión Egisto tuvo el propósito de que los hijos de Electra no fueran nobles y cuando crecieran no pretendieran vengar la muerte de su abuelo y la miseria en la que había vivido su madre.

Por eso la pieza inicia con la voz del campesino-esposo de Electra, luego aparece ella quejándose de su suerte y deseando el regreso de su hermano para vengar la muerte del padre. Algo interesante que el lector debe saber consiste en que el campesino por voluntad propia y por ser alma noble no ha querido tocar a Electra, él le dice que conoce su descendencia y no quiere aprovecharse de las circunstancias y manchar su linaje, e incluso, reconoce que las personas que los rodean pueden llegar a pensar y creer que es un tonto, afirmando que cómo es posible que tenga en su casa a una bella virgen sin poseerla: “El que crea que soy bobo si teniendo a una joven virgen en mi casa no la toco, sepa que lo es él por medir la moderación con la vara de su mente perversa.”

Bajo este escenario recreado por Eurípides reaparecerá Orestes. El proceso en que los hermanos se reencuentran y reconocen está rodeado de algunos sucesos que me permitiré omitir porque no afectan la estructura narrativa del presente artículo ni mucho menos lo esencial de la historia. Solo basta rememorar que los hermanos fueron separados cuando eran niños, esto explica porque tiene que darse un largo proceso de reconocimiento. Ahora bien, una vez reconocidos empieza lo fuerte de la historia. Electra en esta obra, (aquí también hay una importante diferencia de las tragedias de Esquilo y Sófocles), está firme en la resolución de asesinar a Egisto y a su propia madre, Orestes en cuanto al asesinato de su madre siente ciertas dudas:

Orestes. –Entonces, ¿qué hacemos con nuestra madre? ¿La mataremos? Electra. –¿Acaso te ha entrado compasión ahora que has visto su figura? Orestes. –¡Ay! ¿Cómo voy a matar a la que me crió, a la que me parió? Electra. –Igual que ella mató a tu padre y al mío.”

La figura de Electra es más determinante e influyente que la de su hermano Orestes. El asesinato de Egisto con sus debidas estrategias fue ejecutado. Lo interesante es conocer el proceso del asesinato de su madre, hecho que se originó de la siguiente manera. Una vez asesinado Egisto, con estratagemas hicieron llegar a la humilde casa donde vivía Electra a Clitemnestra. En esta parte se dará un largo diálogo entre madre e hija, es más, Eurípides presenta argumentos en la boca de Clitemnestra que te hacen reflexionar. En estas reflexiones Clitemnestra afirma que ella utilizó a Egisto para darle muerte a su esposo ya que le resultaba insoportable, señalando que le había soportado muchas cosas; humillaciones, diez años de ausencia por estar en la guerra, etc. Pero lo que no podía soportarle ni perdonarle eran dos cosas; la primera consistía en que Agamenón antes de partir a la guerra le dio muerte a su propia hija llamada Ifigenia como ofrenda a los dioses, acto imperdonable de una madre, y la segunda, literalmente la expresa con las siguientes palabras: “Pero vino con una enloquecida doncella poseída de dios y la introdujo en mi cama; conque éramos dos novias alojadas en la misma casa. En efecto, casquivana es la mujer, no digo que no; pero cuando, sentado esto, el marido comete el yerro de rechazar la cama que tiene en casa, la mujer quiere imitar al marido y buscarse un nuevo amante. Y luego los reproches resplandecen en nosotras y en cambio los hombres, los culpables, no llevan la mala fama.”

Electra le contestó punto por punto a su madre, de entrada, le dice que era cosa pública que una vez que su padre se fue a la guerra ella disfrutaba la vida como cualquier joven soltera. Y si el tema de que Agamenón asesinó a su hija era verdad, eso qué tenía que ver con que ella los hubiese abandonado, arruinado. Electra realiza una detallada descripción de la miseria en que vive ella, y le recuerda que su hermano Orestes tuvo que ser salvado por un amigo de su padre para que no fuera asesinado por Egisto. De manera general estos eran los razonamientos de ambas protagonistas, empero, para Clitemnestra la suerte estaba echada, porque sus hijos habían decidido vengar la muerte de su padre, y Orestes finalmente le dio muerte a su madre.

Con este final trágico de venganza y odio, Eurípides a diferencia de Esquilo y Sófocles, le da a su obra un tratamiento más humano en cuanto a la voluntad de venganza. En las otras piezas los dioses intervienen mucho ayudando a Orestes para la venganza, y se mantienen con Orestes hasta que es absuelto en un juicio. Aquí los personajes actúan por instinto propio y se conducen como cualquier mortal. Tal vez, esto provocó incomodidad en cualquier lector, porque podríamos pensar que jamás cometeríamos actos tan bárbaros e injustificables como lo es asesinar a un padre o una madre, y, sí, estos son casos muy contados y lamentados, sin embargo, tristemente suceden y algunos de ellos no por venganza, se han dado casos por herencias.

Los motivos de las tragedias en nuestras vidas cambian, pero allí están, si alguna se presenta por el funesto destino, ni hablar, más que soportarlas hasta donde humanamente podamos, de lo contrario, si la tragedia es producida por la necedad, el orgullo, los prejuicios, el odio, el rencor, en estos casos parafraseando a Shakespeare en Romeo y Julieta podemos decir: “Se lo merecen, se lo merecen.”

 

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