CUBA: LA UTOPÍA PERDIDA Y ENSANGRENTADA

’23/11/2024’
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’23/11/2024’

La revolución cubana liderada por Fidel Castro, en 1959, representó una luminosa esperanza para los pueblos del mundo y especialmente de América Latina. Se vio como una transformación radical que sí era posible realizar. Era un sueño hecho realidad para millones de hombres y mujeres que anhelaban un mundo mejor, con justicia social, democracia y progreso económico. Las circunstancias que la rodearon, como el asalto al cuartel Moncada, el exilio en México y la travesía por el mar en una pequeña embarcación llamada Granma, le dieron una atmósfera de hazaña y altura de héroes a sus protagonistas. Del ejemplo de esa revolución surgieron movimientos que intentaron replicarla en todo el mundo: el llamado foquismo revolucionario, es decir, la idea de que un pequeño grupo guerrillero puede ser la vanguardia de la movilización popular; el ejemplo más visible lo tenemos en la mortal expedición que, en Bolivia, organizó el Che Guevara. En medio de un régimen que utilizaba la propaganda como elemento central de su discurso estaba la política de exportar su revolución a la vez que le funcionaba también como escudo de defensa ante el asedio Estadunidense.

 

La revolución cubana perdió cualquier rumbo colectivo y justiciero cuando se proclamó socialista e ingresó a la espera de influencia de la Unión Soviética, con las consecuencias negativas de sufrir los efectos de la guerra fría entre esa potencia imperial y los EEUU. La adopción del socialismo no estaba en el programa del inicial movimiento 26 de julio, que fue el núcleo que desarrolló el movimiento que les permitió tomar el poder a los llamados barbudos. Cuba adoptó un sistema, el socialismo realmente existente, que no existía como tal y que, desde entonces, ya mostraba severas deficiencias y fracasos, tantos que llevó a la desaparición de la URSS en 1991. En realidad, el poder cubano abrazó al Estalinismo, como se dio en llamar al modelo de gobierno de José Stalin, sucesor de Lenin en el gobierno soviético. Ese modelo giraba en torno al mando unipersonal, al pensamiento único, al unipartidismo, al culto a la personalidad, a la propaganda patriótica, a la educación en la doctrina oficial, a la absoluta prohibición de derechos políticos, a la represión y el terror, a un sistema policiaco, al control de los medios de comunicación, a la parálisis económica, a un igualitarismo inútil, al fracaso del colectivismo, al presupuesto militarizado, etc.. El modelo cubano, también llamado Castrismo, se volvió dinástico y combinó con perfección al Estalinismo con el fascismo.

 

A estas alturas el sistema cubano no tiene ningún sentido en el mundo y no funciona. Ya no existe la URSS, tampoco el socialismo realmente existente y la guerra fría se terminó en 1989 con la caída del muro de Berlín. Es un anacronismo que significa sufrimiento y miseria para su pueblo, con el agravante de una vida sin libertad. Es costoso en exceso para los cubanos sostener a una nomenclatura que sostiene desvencijadas y prescindibles banderas de una ideología obsoleta. El poder en Cuba lo concentra una familia rodeada de los militares que suelen hablar en nombre del pueblo y ofrecer un mejor futuro que nunca llegó. Lo que no ha funcionado en sesenta años ya no va a funcionar nunca. Mucho daño le ha hecho al pueblo cubano, por las carencias que implica y por servir de pretexto al gobierno, el embargo Estadunidense.

 

Las inéditas protestas populares ocurridas recientemente indican hartazgo y desesperación, como una muestra de ya no tener más que perder y olvido del miedo. Son reflejo de la coyuntura actual, crisis de salud y mayores carencias económicas, pero vienen del profundo anhelo de libertad. Son tiempos de redes sociales con todo y que en ese país el internet es caro y escaso, controlado por el Gobierno. Con mayor comunicación ciudadana el aparato gubernamental pierde fuerza, la gente se informa y convoca. La juventud cubana, por su edad y visión del mundo, ya no cabe ni concibe vivir gobernado por una gerontocracia, sin libertades y con carencias extremas; es obvio que no está dispuesta a un heroísmo hueco y a seguir consignas absurdas e inútiles.

 

Provengo de la izquierda histórica de México, fui integrante del partido comunista, del socialista unificado y mexicano socialista entre 1976 y 1989. En esas filas se admiraba hasta la veneración a la revolución cubana, al PCC y a Fidel Castro. Se les veía como ejemplo de lucha contra el imperialismo yanqui. En los congresos y festivales los aplausos eran estruendosos y duraderos, especiales y emocionantes, cuando anunciaban a los delegados cubanos. Entre nosotros no había espacio para la crítica a lo que su propaganda presentaba como el territorio libre de América y ejemplo de dignidad nacional. Fui integrante de una asociación de amistad xalapeña con Cuba y conocí la isla, en 1980, en un viaje estudiantil. Tengo, por lo tanto, una relación regular con ese país que fue de la admiración al desencanto. A mí formación de izquierda democrática, donde se lee, informa y se practica la autocrítica, le debo mi postura sobre el gobierno y la sociedad cubana. Creo que las revoluciones suceden en cierta coyuntura histórica, como fue con la mexicana, que seguir auto llamándose así, después de ocurrida, es una estafa; creo que la experiencia cubana es una tragedia social y humanitaria; creo que ese pueblo sufre por la patológica determinación de un grupo de mantenerse en el poder a toda costa; creo que el sistema cubano mal llamado socialista no funciona y no tiene futuro; creo que quienes desde México apoyan al régimen cubano lo hacen desde la nostalgia o la simulación; creo que debe haber un proceso de transición democrática sobre la base de la reconciliación nacional, con garantías y sin venganzas. Es triste lo que pasa en Cuba, que en pleno 2021, en un mundo globalizado y conectado por el internet, sigan sosteniendo a una clase gobernante que solo ve por sí misma.

 

Recadito: es duro aceptarlo para quienes han soñado en un mundo justo, pero habrá que superarlo y ponerse de lado del pueblo cubano.

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