*Mi historia con el sismo de México 19 sep 2017
Por: Eva Varona
Estar ahí frente a un edificio colapsado te cambia la vida.
*Dedicado a toda la gente solidaria en momentos difíciles; a mi hermana y Armando que siempre me han apoyado en mi carrera.
Cuando tembló el 19 de septiembre en México, yo estaba en este mismo escritorio donde ahora redacto estas letras en Xalapa Veracruz.
De alguna manera por inercia tomo mi celular y comienzo a grabar; le grito a mi hermano y ambos salimos a la calle.
Y desde la calle de mi casa que es también mi oficina, salieron los vecinos, los cables de la luz y los árboles se agitaban con fuerza, en cuestión de segundos recuerdo el sismo del pasado 7 de septiembre, fue en la noche y más violento.
A lo lejos se escucha un bebé llorando en brazos de su madre; una señora que venía manejando su camioneta me grita ¡¿qué está pasando?!; ¡Está temblando!, le digo, deténgase.
Se detiene y observo el balanceo de su camioneta por el sismo, al instante la señora toma su celular.
A mi mente vinieron dos cosas irremediablemente; mi hermano y mi padre que andan juntos, los agarró en el Congreso del Estado, y mi hermana Orianna que vive en la Ciudad de México.
Sabía que las llamadas no saldrían así que inmediatamente mande mensajes de audio y texto por WhatsApp a mi padre; esas palomitas en gris de “recibido” me tranquilizaron un poco.
Al pasar el sismo, esperamos un tiempo prudente y nos metimos a la casa; de inmediato prendí la TV donde sintonicé Milenio tv y por mi Ipad Foro tv.
Es cuando mando mensaje de audio y texto a mi hermana, también las palomitas grises de “recibido” me sosegaron un poco.
Conforme pasaban los minutos me di cuenta de la gravedad del asunto; navegaba por Twitter y todo era: “En este momento sistemas de protocolo” “sobrevuelo en la Ciudad de México”…
Buscaba la magnitud y el epicentro, todo era confuso.
En ese momento entra el primer audio de WhatsApp de mi padre: “todo bien sólo el susto”, mi corazón se calma un poco y al paso de unos minutos entra el mensaje de mi hermana.
Estaba bien; la agarró en una casa que era un locación en la que trabajaban, salieron al jardín, pero todo bien; Armando su esposo, lo agarró en la calle, acababa de bajar de su departamento…ellos viven en un sexto piso.
Con los nervios más estables, pude hacer un “En vivo” para sondear la situación, ya fluían las primeras versiones de dos sismos simultáneos; pero con el trascurso de las horas pudimos ver a través de los medios , pero sobre todo en las redes sociales la magnitud del siniestro.
Un sismo de escala 7.1 había sacudido el centro y sur de México.
Recuerdo perfecto un tuit que tenía la foto de un edificio colapsado y de entre los escombros sobresalía el cofre de un auto rojo; luego pensé que aquella imagen era falsa, pero no. Los llamados de auxilio a través de las redes sociales, se volcaron en segundos como una avalancha de desesperación inminente.
Por fin por la tarde hablé con mi hermana por facetime, ella ya estaba en casa después de pasar por más de dos horas del trafico más espantoso que haya visto, su rostro reflejaba un incierto y no había luz en la zona; ya había hablado con Armando quien pudo constatar personalmente el colapso de varios edificios y en ese momento, se unió a las tareas de recoger escombro.
Durante la plática sacamos el tema; pues justo el fin de semana habíamos acordado que iría a visitarla el próximo fin…ahora todo quedaba en veremos.
Al paso de los días decidimos que iría; ella estaba de voluntaria con Armando. Con honestidad yo sólo quería estar junto a ella, abrazarla y decirle que siempre estaré a su lado.
Para el viernes ya se había descubierto el caso de “Frida Sofía”, así que como una repercusión, los medios tenían estrictamente prohibido acercarse a las zonas de los derrumbes; así que al platicarlos con mi hermana me dijo que llevara a Vixi (mi cámara de video) para documentar, pero que no era seguro que pudiera.
Yo iba dispuesta a todo; verla y ayudar era mi prioridad y si en el transcurso podía documentar algo, pues que así sea.
Llegue a la Ciudad de México, mi hermana me recogió y al verla tras el volante me dio un enorme alivio, aunque la noté sumamente agotada.
En el camino me platicó que ella y Armando estaban de voluntarios en el campamento de distribución de alimentos; la líder de ese punto era la jefa de mi hermana (en la vida real), de alguna forma se organizaron para ayudar; así que nosotros la relevaríamos para estar en el turno de la madrugada hasta las 8:30 de la mañana siguiente aproximadamente.
Eran las 6 de la tarde así que el ocaso caía sobre la ciudad de México, las calles lucían en algunos tramos “Normal” y en otros bastante vacíos.
Durante el trayecto mi hermana me mostraba algunos estragos, pasamos sobre un puente, ahí se encontraba el campamento donde a unos metros más adelante antes había un edificio de departamentos, ahora solo se asomaban los brazos enormes de una grúa.
Carteles de “centro de acopio y ayuda” se veían distribuidos por el camino.
Por las banquetas los restos de cristales rotos, algunos tramos estaban acordonados con cintas amarillas que prohibían el paso de esa zona, donde algunas viviendas, tiendas o edificios pequeños aún desprendían restos peligrosos.
En algún semáforo nos emparejamos con un pequeño contingente de seis motos de varios tamaños y estilos, todos llevaban de pasajeros a jovencísimos chic@s estudiantes de medicina o enfermería…su uniforme blanco y bata los delataba inmediatamente.
Luego recordé ver por redes sociales, que se solicitaba apoyo a quien tuviera motos para trasportar al personal medico a las zonas afectadas.
Debo decirlo; la ciudad estaba llena de contrapuntos donde por tramos parecía que la gente transcurría su vida normal y por otros; se notaba la enorme tensión en el aire.
Eran las once de la noche, nos dirigíamos al relevo que ya esperaba el cambio de turno, la jefa de mi hermana por iniciativa propia había montado este campamento en la CALLE EUGENIA los derrumbes a los que fuimos son:
Delegación Benito Juárez; colonia del Valle
1.-Primer edificio: Entre Avenida Coyoacán y providencia: entre Escocia y Nicolás Patricio Sanz y California.
2.- Segundo edificio: Entre Eugenia y Edimburgo: y Escocia y Ferrón.
*LA DISCRECIÓN ¡NINGÚN MEDIO PERMITIDO!
Como mencione anteriormente, después del caso falso de la supuesta niña atrapada “Frida Sofía” la tensión hacia los medios, reporteros y periodistas estaba muy presente.
Así me lo confirmó mi cuñado quien ya estaba informado que en los demás puntos de colapsos, la prensa había sido retirada varios metros atrás de los trabajos de recuperación y rescate.
Y en ese tenor creo que tuve mucha suerte, pues con el grupo que entraríamos lograríamos estar muy cerca y la discreción con la que cuenta mi pequeña cámara de video (vixi), me permitió documentar varias sucesos.
Pero una cosa tenía clara, mi prioridad era ayudar en todo lo que fuera posible.
*LA COORDINACIÓN EN LA AYUDA ERA LA CLAVE
Después de cruzar tres cordones de seguridad donde solo te permitían la entrada si llevabas puesto botas de construcción, chaleco fluorescente y casco, paso a paso nos acercábamos al campamento de distribución de alimentos donde los relevos ya esperaban casados.
En cada paso que dábamos a media calle miraba a mi alrededor donde todo en la penumbra de la noche, parecía literalmente muerto, sin ruido; y así lo era porque alrededor de tres a cuatro cuadras todo había sido desalojados.
La siguiente cuadra la luz se intensificaba al igual que el ruido.
Unas palapas habían sido estratégicamente colocadas en la calle de Eugenia, el campamento rebozaba de miles de botellas de agua de todos los tamaños y marcas, colocaron dos largas mesas donde lo primero que destacaba eran los tres enormes tambos de café; por otro lado se veían enormes cajas de cartón que después pude ver, contenían cientos de piezas de pan donados por alguna persona sumamente caritativa.
A unos 50 metros podía observar una enorme nube de polvo que dejaba asomar entre el juego de luz y sombra, decenas de cascos blancos y amarillos que se movían con rapidez.
Me costaba distinguir su tarea, pero al poner más atención después de un rato y cuando la nube se disipó; pude ver que aquellos cascos formaban una cadena humana que entraba a una calle en una fila, su labor era el acarreo de escombros que pasaban a través de unos cubos de mano en mano que llegaban hasta el final de la calle donde un enorme camión los esperaba para ser llenado.
Enormes reflectores alumbraban la calle de una potencia tal que no parecía de noche.
Entonces mi hermana llegó a ponerse al corriente con las indicaciones mientras yo la observaba a distancia, en ese momento me sentí enormemente agradecida por estar a su lado.
Después tomó el mando y comenzó a coordinar.
En tanto mi cuñado Armando me indicaba señalándome dónde habían sido los derrumbes y la zona donde los civiles debían caminar sin riesgo.
Debo mencionar un dato curioso; mi hermana me comentaba que un día anterior tres de las personas con las que estaba apoyando son Xalapeñas, esa noche también nos las encontramos; pude grabar y platicar con ellas; de alguna forma nos reconfortaba un aire familiar.
La clave era la coordinación. Trascurrido un momento me incorporé apoyando a servir las bebidas calientes; sin saber nuestros nombres estábamos ahí dispuestos a recibir cualquier indicación para poder ayudar.
Una chica de Uruguay se emparejó conmigo sirviendo las bebidas y me comentaba que la coordinación era clave para avanzar, ella había estado en otros puntos:
“La gente ahí parecía estúpida tomándose Selfies y videos, así que los que íbamos a ayudar de verdad solo nos indicaban que estuviéramos parados ahí esperando por horas y no fluía la ayuda como debía; cuando llegué aquí se notaba el orden y el respeto”
Nada que objetar; mi hermana y su jefa están preparadas para la coordinación, pues dentro de su trabajo están acostumbradas a la creación de sets, foros y locaciones de una casa productora; por lo que deben organizar y disponer a un grupo numeroso de personas con diversas profesiones y eso, les benefició definitivamente.
*LA LABOR
Aquella imagen era la de una maquinaria humana, nunca se detuvo; así que la labor no sólo consistía en servir cafés o exponer alimentos como en un mercado, sino era distribuir en puntos estratégicos donde había personas que llevaban tiempo trabajando; por ejemplo el voluntariado con los civiles que no podían moverse de sus lugares asignados por horas.
Así que con charolas en manos llena de bebidas calientes y alimentos, nos dirigimos hacia esos lugares para nutrir a esta enorme maquinaria compuesta de seres humanos con necesidades y debilidades como cualquiera de nosotros.
El rostro de los jóvenes era un aliciente refrescante de una sociedad que los tacha muchas veces de indiferentes; delgadas jovencitas ataviadas con cascos en cuyas miradas se reflejaba el cansancio, pero también una enorme fortaleza.
Y así lo noté en aquella mirada de cuya joven que traía cargando en brazos, caminando tambaleante por el enorme peso a media calle, cuatro gruesos polines de al menos un metro de largo; sus manos se aferraban a los guates de carnaza y estos a su vez a la pesada carga que seguía a una fila de otros seis jovencitos tambaleantes.
Enorme y meritorio esfuerzo de los miles de jóvenes voluntarios; este país está en deuda con ustedes.
La labor de mi hermana no solo consistía en coordinar; después que las buenas intensiones de las personas que se volcaban a llevar comida, no solo se debía distribuir sino también ser consumida a tiempo antes de su descomposición, ya que por más hielo que se pusiera inevitablemente se descompondría.
Después de todo y con el tiempo a contracorriente con miles de personas que alimentar ; ¿qué podría hacerse con un costal de naranjas?
¿Jugo?
La rapidez y lo funcional era la clave, así que ese era el objetivo, ingeniarse maneras de distribuir, medio cocinar, preparar alientos en medio de la calle bajo la lluvia o el sol; y sin importar los obstáculos aquella maquinaria humana debía ser alimentada para funcionar a toda potencia.
Ver a mi hermana solucionando esos “detalles” se me hizo sumamente audaz, en ese instante la admiré todavía más.
Nunca había servido tantos cafés en mi vida… entre con piloncillo (de olla), sin azúcar, el champurrado, calculé algo así como mil vasos y a pesar de eso juro que en ningún momento me sentí cansada.
En ese particular desfile de civiles voluntarios, de limpia pública, ejército, marina, policía federa, policía civil, médicos rescatistas, cruz roja, de todos ellos pude ver en sus rostros mientras sorbían un poco de café, que se les escapaba un pensamiento que seguramente llegaría a sus hogares.
Entre trago y trago de aquella bebida caliente, sus mentes viajaban a aquellos dichosos momentos en los que a estas horas seguramente estarían cómodamente acurrucados en sus camas; tal vez por ello trabajaban con más ahínco, no pueden soportar la idea de ver entre aquellos escombros, los colchones rotos de muchas camas cuyos sueños habían llegado a su fin.
*EL CADETE RODRÍGUEZ Y SU “PASTA”, SU BINOMIO CANINO.
Muy jovencito pensé al verlo; a pesar de la imponente imagen del uniforme militar, pude ver en su fisonomía a un jovencito que luego confirmaría tendría 23 años.
Sin embargo al escucharlo hablar me percaté que empero de su joven edad, se ha preparado junto a “Pasta” su perra pastor Alemán por años; para labores de búsqueda de explosivos, enervantes y cuerpos.
Por primera vez me arriesgo en mi misión reporteril y le digo que estoy documentando en video, que si me permite grabarlo; él accede sin problema… ¡UFF!
Los binomios caninos son sin duda la sensación; estando presentes todo mundo quiere fotos con y de ellos, y mientras eso sucede, logramos desarrollar una interesante charla.
De todo aquello quedó registrado en el video: Rodríguez es un chico risueño, no lo puede ocultar, pero sabe guardar la sobriedad del momento y sus gestos expresa fácilmente su sentir.
De una suave sonrisa cambia a un gesto desanimado cuando al responder a mi pregunta ¿y cómo va el panorama?, con particular confianza me revela que recién acababa de salir de entre los escombros con “Pasta” y que todo parecía indicar que aún quedaban cuerpos sin vida sepultados entre los escombros; entre 8 y 15.
La entrevista se trasforma en una charla amena, donde de alguna manera deja ver su lado humano al confesar algunos de sus temores, pero también muestra enorme fortaleza, impulso que le otorga el uniforme que porta orgulloso.
*PRIMER DERRUMBE; LO QUE MIS OJOS ALCAN A VER.
En algún momento a lo lejos veo a mi cuñado llegar con un grupo de personas y tres carritos de súper mercado; se me acerca y me dice: “mira, platica con ellos, vienen desde la condesa a dejar tamales y champurrado”
Al ver la cantidad de ese alimento; los tambos llenos de champurrado, los cientos de kilos de masa para los tamales, las horas que llevó hacer todo aquello…es una fina estampa de la solidaridad humana.
Cargados con una charola, vasos con champurrado y tamales, acompañé a un chico alto, delgado de barba abundante a distribuirlos entre el voluntariado en el primer lugar del derrumbe.
Es la primera oportunidad que tengo de acercarme al primer edificio colapsado y esas imágenes sin duda, son las que han marcado mi memoria.
De lejos veía a esa “maquinaria humana” trabajando a todo vapor, ahora podía entrar y observar a cada uno de esos engranes que la hacía funcionar.
Mi corazón se aceleraba, los sonidos se intensificaban; el rugir de los motores de los trascabos, los voluntarios pasándose los cubos de mano en mano, sus agitadas respiraciones, sus gestos de esfuerzo, las gotas de sudor cayendo al polvoriento piso, los gritos de los coordinadores a lo lejos; llegamos a un tramo donde reposaban inmensas torres de cubos y cubetas apiladas, cientos…miles, como las manos que han pasado por ellas.
Transitábamos a media calle pues en los laterales estaban a la izquierda; dos larguísimas hileras de voluntarios, la primera sobre las banquetas en intensa actividad pasando de mano en mano los cubos llenos de escombros; la segunda hilera sobre la calle en reposo, listos para hacer relevo cuando se requiera.
Sobre el lado derecho: dos filas juntas con voluntarios que llevaban carretillas vacías, listas para llenarse.
El tema era que estas filas se hacían cada vez más cortas, es decir, se retiraban más de la zona de desastre; y así poco a poco nos acercamos mientras ofrecíamos el alimento… entonces mi mirada pudo observar una enorme torre de escombros sin forma alguna; un monstruo decadente de donde le salían brazos de grúas, hombres con uniformes verdes e ingenieros con radio en la mano.
Después me di cuenta que ahí estaba centrada toda la atención: ¿por qué? por la esperanza.
Más tarde tuve la oportunidad de ver éste mismo edificio derrumbado pero por la parte trasera; fue un momento sumamente receptivo donde al contrario de la parte frontal, abundaba el silencio y prácticamente solo estábamos cuatro personas; así que me arriesgué y tome una foto con mi celular.
En ese momento supe, que las miles de fotografías que rondaban por las redes sociales y medios de comunicación, son poco comparables a estar de frente a esa pila destrozada y terrible; podía ver el mismo edificio a su lado de pie y junto, solo los restos de lo que parecía ser su hermano gemelo.
El silencio se rompe cuando un rescatista pasa a nuestro lado; delgadísimo, llevaba colgado en su cinturón decenas de arneses listos para ser usados; nos voltea a ver y es cuando me percato que su estrecho cuerpo está lleno de raspones y polvo.
*SEGUNDO DERRUMBE; EL EXTAÑO SILENCIO
Trascurre la noche, llega el momento de abastecer el segundo punto de alimentos en el segundo edificio colapsado.
Esta vez iba junto a mi hermana y es cuando me confiesa que le cuesta mucho acercase a esas zonas, así que no las ha visto de cerca; aproximarse a ese punto resultó un poco extraño, la vigilancia es mucha, el acceso sólo a personal autorizado, el silencio es casi total…cero voluntarios.
Mi hermana me manda con una canasta de chocolates que fui ofreciendo hasta llegar a la zona acordonada, entonces pensé que ya no podía avanzar más, pero en algún momento el oficial levantó el cordón y me dijo que pasara.
Ese es otro momento que quedará registrado en mi memoria; paso a paso se mostraba ante mi, la imagen de un edificio colapsado; a diferencia de ver solo escombros como en el primer derrumbe, este panorama me conmovió demasiado.
Siete pisos colapsados uno sobre otros de donde sobresalían objetos personales como colchones, espejos, ropa…juguetes.
Y en el punto más alto de aquella torre de vidas derrumbadas; se veía la diminuta imagen de un hombre que golpeaba con un enorme martillo una monumental loza, desde el punto donde estaba recibía indicaciones por radio sobre qué pieza mover.
“Por Dios…” dije en voz baja.
Por primera vez vino a mi mente la idea: la enorme desesperación de ese justo momento, segundos de terror infinito de estar de pie y después…
Me acerco a dos chicas que miran absortas como yo ese panorama; discretamente les pregunto sobre la situación y una de ellas me responde en voz baja:
“Dicen que solo hay cuerpos… como ocho”
Justo en ese momento corre una suave brisa y al darme vuelta me toca de frente, inevitablemente me llega el olor de la muerte; mientras me retiro del lugar, ese olor me acompaña junto con el silencio sepulcral.
*LLEGA EL AMANECER Y OTRO SISMO
Llega el amanecer; y con ese nuevo día nos preparábamos con nuevas rondas de bebidas y comida, para alimentar a la brigada de soldados que entrarían al relevo.
7:50 am : De alguna forma sentí la necesidad de prender mi cámara y ponerla a grabar un rato mientras servíamos a la brigada matutina.
7:52: Algo interrumpe los diálogos amistosos; la alerta sísmica comienza a sonar.
Todos nos miramos con extrañeza, de inmediato localizo a mi hermana que afortunadamente estaba casi junto de mi, le pregunto si es la alerta sísmica, pues debo confesar que nunca me había tocado escucharla ni sentir algún sismo en mis visitas a la Ciudad de México; alguien grita desde lejos:
“¡TODOS AL CENTRO DE LA CALLE!”
y con nuestra cara de incierto desde el centro de la calle, esperamos expectantes algún movimiento entre los postes de luz y los cables…los segundos se hicieron largos, pero llegó el movimiento telúrico.
“Pobres los rescatistas” le escucho decir a alguien, “que bajen corriendo”.
Claro; no fue fácil subirse a la torre de escombros, requiere de varios minutos, también el descender de ella; así que el riesgo de caer sepultado es doblemente peligroso.
6.1 su escala, mucho menor y sin daños graves; de pie junto a mi hermana sentía un enorme alivio.
Tomamos aire y continuamos con nuestra labor…
*EL RELEVO LLEGÓ; EL MOMENTO DE LA DESPEDIDA
Hay que hacer la última ronda de comida y junto a mi cuñado dimos el recorrido; mientras los trabajos continúan pudimos observar a lo lejos, que se formaban el nuevo grupo de voluntarios que esperaban pacientes sentados en sus cubos; ya equipados con sus cascos, chalecos y guantes de carnaza, para relevar al turno que trabajó toda la noche.
En algún momento alguien grita:“¡CARRETILLAS!”
Y un grupo de seis jovencitos; se abrían paso para llegar a tirar los restos que transportaban.
Las carretillas no solo servían para sacar el escombro más grande; en ellas se depositaban lo que quedaba de alguna vida que habitaba en aquel condominio de siete pisos.
“Yo vi ayer como dos chicos llevaban dos carretillas llenas de libros”
Me comenta m cuñado.
Amante de la lectura como yo; sabemos que una biblioteca cuesta toda una vida formarla…ahí va toda una vida en dos carretillas.
El sol entraba con potencia, iluminaba la enorme fila de cubos que yacían a media calle polvorienta; y en fila india avanzaban con pasos cansados y aletargados las decenas de jóvenes que toda la noche habían acarreado cubos llenos de escombros de cemento; su sombra dibujaba un solo ente poderoso, sus botas dejaban marcadas la huellas en el piso cubierto de polvo…así fue, dejaron marcadas en ese lugar sus huellas.
Y entre aplausos y vítores se despidió a este grupo de jóvenes que vivieron lo que seguramente será hasta el momento, la experiencia más difícil y aleccionadora de sus cortas vidas.
Era el momento de irnos y de alguna extraña forma no queríamos retirarnos de ahí; la esperanza tiene un sabor tan alentador, que hasta el cansancio se disfraza y no se siente.
Con el sol de frente emprendimos la retirada, llevaba en mi cabeza un casco amarillo en el cual una chica colocó mi nombre pegado a una cinta; me llevaba la imagen de los rostros de los soldados, marinos, policía judicial, policía civil, cruz roja, binomios caninos, voluntarios, de limpia pública; llevaba impregnando el olor de al menos mil vasos de café que serví durante la noche, llevaba el olor a la muerte, pero sobre todo; tenía impregnado en mi corazón la irrefutable muestra de solidaridad humana y eso te cambia la vida inexorablemente.
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