CINCUENTA AÑOS SIN EL GRAN PABLO NERUDA. (III)

“Antología General: Ante la condición humana, el siguiente fragmento.”

Mtro. José Miguel Naranjo Ramírez.

Los artistas al momento de crear una obra, en este caso literaria, invariablemente nos muestran su visión del hombre, su postura ante la naturaleza humana. Es por eso que cualquier lector sin importar nacionalidad, lengua, ideología, etc., al instante en que lee un texto y en caso de identificarse con el contenido, lo hace suyo, y allí está la grandeza del arte, ya que nos permite comunicarnos en nuestra propia lengua o a través de las traducciones, con autores que abordan temas que son esencialmente humanos y aunque ningún artista tiene la última palabra, por lo menos sus planteamientos nos sirven para enfrentar muchas circunstancias que si o si nos van a llegar, ejemplos: el sentido de la vida, el valor del tiempo, el encuentro con la muerte.

En esta tercera semana de lecturas de la “Antología General” de Pablo Neruda publicada por la Real Academia Española de la Lengua, me encontré con un texto maravilloso titulado: “Viaje al corazón de Quevedo”. Aquí el escritor chileno nos narra su encuentro con España y con Quevedo: “A mí me hizo la vida recorrer los más lejanos sitios del mundo antes de llegar al que debió ser mi punto de partida: España. Y en la vida de mi poesía, en mi pequeña historia de poeta, me tocó conocerlo casi todo antes de llegar a Quevedo.”

En el pequeño fragmento conocemos la enorme admiración que siente Neruda por Quevedo. Empero, el lector también percibe la profundidad de lo expresado por Neruda. Quien escribe está apunto de cumplir 43 años de edad, y su experiencia íntima le ha ensañado que entre más se cumplen años, más se medita sobre el valor del tiempo y particularmente sobre la finitud del mismo en nuestras vidas. No es una posición pesimista, derrotista, no, es una actitud natural, la misma dinámica de los años y las circunstancias que nos van rodeando, nos hacen sentir y nos obligan a pensar. Ahora bien, también es humano encontrar respuestas y las tenemos, e incluso, esas respuestas se vuelven actitudes, se convierten en conductas prácticas ente la rapidez del tiempo. Lo veo en mi padre, un hombre que a sus 72 años vive muy tranquilo, encuentra satisfacción en actos que antes veíamos rutinarios y ordinarios, y que al paso de los años aprendimos que son actos de mayor valor en nuestras vidas. Por todo lo que vivo, veo, escucho, pienso, leo, aprendo, voy tratando de comprender mi tiempo, esto implica aprender a vivir el presente, planear humanamente el futuro, y todo se resume en aprovechar el tiempo, por eso, cuando me encontré con esta parte del fragmento donde Neruda reflexiona sobre el tiempo en Quevedo, es decir, que, a pesar de los siglos de su muerte Quevedo sigue vigente, pensé en compartirlo con ustedes:

 

Por eso para Quevedo la metafísica es inmensamente física, lo más material de su enseñanza. Hay una sola enfermedad que mata, y esa es la vida. Hay un solo paso, y es el camino hacia la muerte. Hay una manera sola de gasto y de mortaja, es el paso arrastrador del tiempo que nos conduce. Nos conduce adónde? Si al nacer empezamos a morir, si cada día nos acerca a un límite determinado, si la vida misma es una etapa patética de la muerte, si el mismo minuto de brotar avanza hacia el desgaste del cual la hora final es solo la culminación de ese transcurrir, no integramos la muerte en nuestra cotidiana existencia, no somos parte perpetua de la muerte, no somos lo más audaz, lo que ya salió de la muerte? No es lo más mortal, lo más viviente, por su mismo misterio?

     Por eso, en tanta región incierta, Quevedo me dio a mí una enseñanza clara y biológica. No es el transcurriremos en vano, no es el Eclesiastés ni el Kempis, adornos de la necrología, sino la llave adelantada de las vidas. Si ya hemos muerto, si venimos de la profunda crisis, perderemos el temor a la muerte. Si el paso más grande de la muerte es el nacer, el paso menor de la vida es el morir.” (La falta de signos al iniciar en todas las citas, son licencias que se permite el autor.)

Para Pablo Neruda conocer a Francisco de Quevedo fue una experiencia de vida. A pesar de la lejanía de los siglos que físicamente separan a estos dos poetas, aquí se cumple lo que siempre les digo a mis alumnos consistente en que cuando leemos a un clásico, en ese intervalo estamos dialogando directamente con él, y algo más, cuando concluimos la lectura de un clásico algo en nuestro interior se modificará, porque si bien es verdad que ni Quevedo, ni Cervantes, ni el propio Neruda, tienen la última palabra, sus pensamientos nos causan profundas cavilaciones y no exagero al decir que cada lectura nos va transformando, modificando, convirtiendo en seres más sensibles, compresibles, humanos.

Recuerdo que hace diez años el escribidor se encontraba en una etapa muy complicada, por diversas razones en ese contexto leí y escribí sobre: “El viejo y el mar” de Hemingway, cuando terminé la lectura, la sola imagen que me dejó el viejo Santiago, personaje central de la novela, provocó que al otro día decidiera y resolviera con firmeza muchas cosas que me ayudaron a salir adelante. Hoy he disfrutado a plenitud la lectura de Neruda y siempre recordaré que en mi cumpleaños número 43, Neruda me enseñó el valor del tiempo en el fragmento: “Viaje al corazón de Quevedo”, y me lo confirmó en la “Oda al tiempo”:

Dentro de ti tu edad creciendo, dentro de mí mi edad andando. El tiempo es decidido, no suena su campana, se acrecienta, camina, por dentro de nosotros, aparece como un agua profunda en la mirada y junto a las castañas quemadas de tus ojos una brizna, la huella de un minúsculo río, una estrellita seca ascendiendo a tu boca. Sube el tiempo sus hilos a tu pelo, pero en mi corazón como una madreselva es tu fragancia, viviente como el fuego. Es bello como lo que vivimos envejecer viviendo cada día…”

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