CENTENARIO DEL ULISES DE JAMES JOYCE. (III)

“Novela compleja, exigente, pero, genial.”

Mtro. José Miguel Naranjo Ramírez.

Por muy revolucionaria que sea una novela, por muy compleja que resulte en su estructura literaria, al final estamos ante una obra de arte que tiene como esencia la condición humana y como punto de partida rasgos autobiográficos del autor. El Ulises de Joyce está impregnado de circunstancias donde el lector se siente identificado. Determinados hechos los vive el protagonista Leopold Bloom, empero, bien pueden ser vivencias del propio lector. En el terreno literario, artístico, los personajes dialogan sobre autores, libros… este mismo hecho lo vive el escribidor del presente artículo, ya que la lectura del Ulises ha incitado varias horas de diálogos y reflexiones con el filósofo Gustavo Salmerón, intercambios de textos Joyceanos con el poeta Jorge Ruiz Dueñas, comentarios con el escritor Bernardo Ruiz, e incluso, no podía faltar la corrección de algunas erratas detectadas por el actor Carlos Bracho, “Dolphins en lugar de Dolphns”.

El lector podría pensar: ¡preocuparse por la errata de una i! en un mundo donde hay que trabajar y aprovechar el tiempo porque pasa rápido y la vida se va. Preocuparse por una i en un mundo donde no importa cómo se habla, ni mucho menos interesa saber cómo se escribe bien, cómo se articula el lenguaje. Hace unos días el escribidor calificó un examen con los siguientes horrores ortográficos: “Ecensial, homito, joben, sentral, iglecia, haceptar, bariantes, apresiasion, inperfecto…” luego entonces, ¡preocuparse por una i! ¿valdrá la pena? Sí, sí, sí y sí. Si vale la pena preocuparse por la utilización del lenguaje porque gracias a la lengua podemos comunicarnos, entendernos, comprendernos. Gracias al lenguaje nuestras vidas pueden ser más llevaderas, más claras, más exquisitas, e incluso, gracias al lenguaje podemos liberarnos de frustraciones, resentimientos, cargar con menos peso en nuestras almas, liberar muchos demonios o expresar momentos bellos, únicos, inigualables y culminantes de nuestra existencia.

En un texto titulado: “Penélope de Dublín”, Jorge Ruiz Dueñas enseña que James Joyce utilizó 29,899 palabras diferentes en el Ulises. Esto explica la grandeza de la novela, la potencialidad del lenguaje y la amplitud de la imaginación. Ruiz Dueñas afirma que en la obra el lenguaje es un protagonista más, no obstante, sigo pensando que al final el lenguaje no deja de ser solo un medio para expresar lo que sentimos, queremos, deseamos, soñamos, añoramos. Con el lenguaje enfrentamos la vida y la muerte. Con el lenguaje podemos vivir mejor mientras la nada nos llegue. Esto en sí ya es parte de la condición humana, aun así, vayamos a conocer otro ejemplo de cómo los actos que influyen muchísimo en los protagonistas, pueden ser actos que mínimo mentalmente cualquiera de nosotros hemos vivido, determinan y siguen determinando parte de nuestras vidas…

A estas alturas de la lectura tenemos muy claro que Molly Bloom le es infiel a su esposo Leopold. El amante de Molly se llama Hugh Blazes Boylan. Este hecho causa en Leopold diversos sentimientos como desilusión, tristezas, en momentos se vislumbra una sensación de vacío ante la vida, y así, el personaje anda deambulando en las calles, restaurantes, museos, en Dublín, Irlanda el 16 de junio de 1904. En ese caminar de pronto Leopold se encuentra presenciando la mar, está solo, tranquilo, tal vez pensando, quizá solo sintiendo la brisa en su cara, y aquí surge un personaje llamado Gerty Macdowell.

Gerty aparece en el capítulo 13 de la sección de II. Gran parte del apartado es utilizado para describir la vida y particularmente la belleza de Gerty. “Habría estado fácilmente a la altura de cualquier dama de la tierra y se habría visto exquisitamente vestida con joyas en su frente y pretendientes patricios rivalizando entre sí para rendirle sus homenajes. Imprimía a sus ojos magníficos un implorante misterio cuyo encanto muy pocos podían resistir. ¿Por qué tienen las mujeres ese sortilegio en los ojos? Los de Gerty eran del más azul de los azules irlandeses, embellecidos por sedosas pestañas y oscuras cejas expresivas…pero su la mayor gloria de Gerty era su tesoro de maravilloso cabello. Era castaño oscuro ondeado natural.”

Hay toda una historia en la vida de Gerty; un padre alcohólico, un amor frustrado a pesar de su belleza, y mientras vamos conociendo la vida de esta preciosa mujer por la narración directa de Joyce, al mismo tiempo los personajes actúan, se pronuncian, piensan, gesticulan, algunos conviven y otros solo se observan. Pasan las páginas y a veces es Joyce quien narra y en instantes son ellos quienes cuentan su pasado y lo que viven en esos minutos de su vida. Pero, ¿qué viven en ese momento? En la parte final del episodio Gerty se encuentra disfrutando de juegos pirotécnicos, la gente se ha alejado de la zona de la playa y ella está sola, bueno, no tan sola, la observa alguien, ese alguien es Leopold Bloom. Ella sabe que la sigue con la mirada, desde hace varios minutos estos personajes se miran sin hablarse. Gerty se va liberando y al tiempo de contemplar los pirotécnicos se olvida de todo, no le preocupa que al hacerse hacia atrás su vestido se alce: “En el apretado silencio, todos estaban sin respiración por la excitación, mientras aquello subía más alto y más alto, y ella tuvo que echarse más atrás y más para mirar arriba, alto, alto, casi fuera del alcance de la vista, y su rostro estaba bañado de un rubor divino, encantador por estar tirada hacia atrás y él podía ver sus otras cosas también…”

Recuerdo que hace algún tiempo tuve un sueño con mi Gerty. Era la una de la mañana y el impacto del sueño me despertó. Soñé que me encontraba con ella en una mueblería, ella traía una licra blanca con blusa roja, de pronto, nos empezamos a besar profundamente, la pasión de los besos me llevó a tocarla, apretarla fuerte, si bien su belleza siempre ha sido imponente, aquí lo que más disfrutaba eran sus duras y formadas nalgas, el acto fue candente, intenso, total…una vez despierto no pude resistirme y le mandé mensaje a esa hora, al momento de utilizar el lenguaje para describirle el acto estaba tan excitado que me costaba acomodar e hilar las ideas, esto no impidió que le describiera las cosas tal cual sucedieron en el sueño, profundas, muy profundas…mi Gerty para fortuna mía contestó a las dos de la mañana escribiendo: “Omaigaaaaaa que sueño.”

Mientras Gerty Macdowell disfrutaba de los juegos pirotécnicos, el señor Bloom se masturbaba intensamente mirándola, disfrutándola… se sintió joven, vigoroso, sintió que por un acto así la vida vale ese instante… y aunque cualquiera puede pensar que una simple masturbación es un acto personal, ordinario e intrascendente, el señor Bloom y el escribidor no lo sienten así, ellos creen que realmente poseyeron a sus Gertys, y más porque mi Gerty a diferencia de la de Bloom si supo a través de la grandeza del lenguaje cómo la poseí, cómo nos poseímos, cómo fue mía, cómo fui suyo, cómo en los segundos que dura un sueño se puede vivir una eternidad…esa eternidad me acompañará para siempre mientras respire, suspire y piense con claridad.

Determinados hechos que vive el protagonista Leopold Bloom, bien pueden ser vivencias del propio lector. ¿Alguien lo duda? que belleza.

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