“El Quijote de Alonso Fernández de Avellaneda.”
Mtro. José Miguel Naranjo Ramírez.
Una vez que el ermitaño y el soldado terminaron de narrar sus cuentos, Sancho pidió la palabra para contar el suyo. Don Quijote intentó oponerse afirmando que Sancho dice puras sandeces, pero los acompañantes le pidieron que lo dejara hablar. Como es de esperarse, Sancho para expresar una idea da muchas vueltas, utiliza palabras y más palabras sin avanzar en la historia y sin decir nada. Don Quijote lo presiona para que continúe y Sancho ya sea porque sintió que no podía más o porque creía que era una forma original de narrar, relata lo siguiente; en su cuento van unos reyes guiando a un montón de gansos, de pronto se presenta el dilema que reyes y gansos deben pasar un puente largo y muy angosto, los reyes resuelven que pasarán a sus animalitos en hilera uno por uno, todos escuchan y observan a Sancho, mas, este se queda callado y desesperados le dicen que prosiga la historia, entonces, Sancho les responde que no puede continuar hasta que hayan cruzado por el puente todos los gansos y los reyes…don Quijote irritado se levanta y decide avanzar en la ruta que llevan rumbo a Madrid, posiblemente Sancho en el trayecto vaya en su mente contando cuántos gansos han pasado el puente para ver si le permiten terminar de contar su historia.
Debemos recordar que Don Quijote galopa montado en rocinante, Sancho va en su rocín y los acompañan el soldado y el ermitaño. Mientras avanzan en su ruta a lo lejos se escuchan gritos de una mujer desesperada. Los gritos denotan angustia y en un espíritu espantadizo como el de Sancho causan misterio. Nuestra generación podría pensar en la llorona, empero, don Quijote es un tipo valiente y quiere conocer todo, enfrentarse a todo por peligroso que sea. Acto seguido, don Quijote envía a Sancho al bosque para que descubra quién es esa mujer que grita. Sancho con cierto miedo obedece la orden de su amo, claro, le dijo que si sentía que se encontraba en peligro, inmediatamente daría una señal para que fueran en su exilio. Ni bien había ingresado al bosque cuando Sancho ya gritaba pidiendo auxilio, don Quijote y compañía al instante acudieron al llamado de Sancho y le recriminaron por qué solicitaba auxilio si estaba tranquilo y sin apuros, Sancho les respondió que sólo estaba probando la eficacia y puntualidad de los auxiliantes. Regañado y todo, ingresó con mucho miedo al bosque, ahora si de verdad retornó corriendo de miedo. Resulta que Sancho vio a una mujer desnuda amarrada en un pino, todos fueron al encuentro de esta mujer y la desamarraron.
La mujer se llama Bárbara y es originaria de Alcalá de Henares. Una vez que están todos tranquilos, el soldado y el ermitaño logran ubicar a la mujer. Para ellos es una simple cocinera con fama de alcahueta quien ofrece comida y el cuerpo de algunas bellas jovencitas a sus visitantes. Don Quijote cree todo lo contrario. Piensa que es la gran princesa Cenobia, misma que había sido raptada por algún malévolo y la dejó amarrada en medio del bosque. Todos le solicitan a la mujer que explique porqué estaba ahí abandona y en ese estado. Bárbara narra que hacía poco tiempo conoció a un mancebo guapo, vigoroso, el caso es que ella se enamoró y por mucho tiempo lo tuvo en su casa otorgándole todo. El mancebo comía, dormía y le cumplía a la mujer enamorada. Ella sólo tenía que esforzarse en la venta de comida y todo tipo de negocios para mantener a su jovencito. Los días pasaron y el joven estudiante le dijo a su concubina que debía ir a su pueblo, y algo más, que deseaba casarse con ella, para tal efecto, le solicitó vendiera todo lo que tenía y así emprendieran el viaje, la mujer enamorada, mejor dicho, abobada por el amor, vendió todo y cuando llegaron al bosque el joven la amarró y la dejó sin nada.
Don Quijote enfurecido afirmó que vengaría la infamia cometida contra la princesa Cenobia. Al otro día el ermitaño y el soldado se separaron del grupo y don Quijote, Sancho, y la supuesta princesa Cenobia llegaron a hospedarse a Sigüenza, un municipio de España ubicado en la región de la Mancha. Allí don Quijote mandó a traer a un sastre para que le hiciera unos hermosos vestidos a Bárbara. Esta mujer al igual que Sancho, si bien no están locos como don Quijote, su carácter y circunstancias son tan especiales que siguen al desquiciado caballero no por explotarlo, son dos seres tan simples que su personalidad encaja a la perfección con la del idealista y loco caballero. Imagínese usted que cuando llegan a ofrecerle la ropa a Bárbara, ella la acepta no por un acto de seguirle la corriente a don Quijote o abusar de su locura, la utiliza porque no tiene otra opción más que vestirse con lo que pueda. De hecho, varios personajes que la tratan saben que es Bárbara la de Alcalá de Henares, la misma regenteadora de muchachas jamás intenta ocultar su pasado. Aun así, el caballero desamorado siente que trae a una princesa y manda al ingenuo de Sancho a pegar un cartel donde reta a muerte a todo aquel que no reconozca la belleza de la princesa Cenobia.
En esta parte de la historia la cual ya va más arriba de la mitad, quien escribe sintió cierta sensación de tristeza, nostalgia, melancolía. Nuestro personaje cada vez se nota más acabado, y si bien se mantiene firme en sus ideales, su locura ya no causa simpatía, ahora provoca risas, lástima. En el cartel don Quijote describe a Bárbara como una belleza única, inigualable, por morbo todos acuden a conocer a la supuesta princesa y ella desesperada se enfrenta a las burlas:
“–Yo, mi señor corregidor, no soy reina ni princesa, como este loco don Quijote me llama, sino una pobre mujer natural de Alcalá de Henares, llamada Bárbara, que siendo engañada por un estudiante, me sacó de mi casa, y a seis o siete leguas de Sigüenza me dejó desnuda y desvalijada como estoy, atada de pies y manos a un árbol, y me llevó cuanto tenía. Quiso Dios que, estando en tal conflicto, pasaron por junto de aquel pinar este don Quijote y el labrador que le sirve de escudero, y me desataron, trayéndome consigo y prometiéndome volver a mi tierra.”
Todos descubrieron que Bárbara era una simple mujer desamorada, dolida y abandonada. Que, en lugar de ser una princesa, fungía de comadrona. Todos la miran con desprecio, se burlan de ella. El mundo es así, si te ven en mal estado, causas risas, más, nadie está dispuesto a ayudarte y en este caso el único que trataba a la desamparada como princesa era un simple loco. He aquí la ironía: los cuerdos y razonables quieren verte siempre en la miseria y un loco idealista desea convertirte en princesa…la historia continúa, los tres protagonistas dejan Sigüenza, en la ruta a Madrid, se topan y saludan con dos estudiantes. Los jóvenes luego luego detectan que están ante un loco erudito en el mundo de las novelas de caballerías. Don Quijote se entiende muy bien con ellos, al extremo que los estudiantes le leen historias con enigmas y Sancho o su amo deben descifrar esos enigmas. En este contexto don Quijote observa que a un estudiante se le cayó una carta, el joven la recoge y señala que no la puede leer porque se la escribió a una joven que ama, al final es convencido y la lee:
“Y el estudiante, con no pequeña vanagloria, propiedad inseparable de los poetas, y rara atención de los circunstantes, la fue leyendo: Coplas a una dama llamada Ana:
Ana, amor me cautivó con vos, cuyo nombre tiene dos aes, entre una ene, que es dos almas entre un no. A nadie dice la ene que améis, sino sólo a mí, advirtiendo que os ofrecí lo mejor que mi alma tiene. Anatema es en la iglesia quien de la fe está apartado; no yo, que con fe he amado en vos otra Diana Efesta. Anastasia fue la esposa de un rey que en el cielo reina, y desta alma, Ana, sois reina vos, que en todos sois hermosa…”
Sancho muy emocionado por lo que acaba de escuchar, les pide a los estudiantes que le compongan un poema así de bello para su esposa Mari-Gutiérrez. Sin embargo, por ahora esto no podrá suceder, porque el grupo se acaba de topar con unos comediantes, quienes para don Quijote no son más que enemigos poderosos a los que tendrá que enfrentar. La historia continúa y se acerca su final.
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