El Fondo de Cultura Económica y sus clásicos universales: “La paideia griega de Werner Jaeger.”
Mtro. José Miguel Naranjo Ramírez.
En los cuatro artículos anteriores conocimos el nacimiento de la poesía en sus diversas modalidades: épica, didáctica, lírica y dramática. Asimismo, nos encontramos con los presocráticos y con ellos el pre-nacimiento de la filosofía, al lado de la tragedia vimos surgir a la comedia, y, en este trabajo final toca el turno de conocer otro género tan importante en el devenir de nuestras civilizaciones como lo es la historia. Quiero aclararle al lector que, hasta lo que se abordará en el presente trabajo, los cinco artículos sólo abarcaron los temas desarrollados por Werner Jaeger en los libros I y II. Quedando pendiente para en un futuro no muy lejano, si el tiempo nos lo permite, continuar el desarrollo de los libros III y IV. Algo más, en el primer artículo[1] expliqué que los libros I y II fueron traducidos directamente del idioma alemán por Joaquín Xirau, debo aclarar que mi saber hasta ahí llegaba. Mas, hace unos días tuve la oportunidad de conversar con el reconocido e ilustre politólogo del Colegio de México, el Doctor Francisco Gil Villegas y en una amena y muy agradable plática me narró la triste y trágica historia del porqué Don Joaquín Xirau no concluyó el proyecto de forma completa. Resulta que Don Joaquín caminaba junto a su hijo Ramón Xirau, de pronto, el trágico destino se hizo presente y Don Joaquín fue atropellado por un tranvía. Cuenta el Dr. Villegas que se supo que el papá al intentar salvar a su hijo, acto que logró, a él ya no le dio tiempo de librar el peligro y allí sucumbió en el año 1946. Esta lamentable pérdida ocasionó que el Fondo de Cultura Económica para concluir el proyecto de traducir y publicar la paideia de Jaeger, buscara a otro destacado traductor, el Dr. Villegas cree que igual y buscaron a José Gaos, y que posiblemente el filósofo de origen español fue el que recomendó para tal propósito al traductor de los libros III y IV, el ilustre jurista Wenceslao Roces. Para finalizar la anécdota, les comparto que el libro que he utilizado para desarrollar estos trabajos, es la primera edición en un sólo volumen publicado en 1957. Obra que adquirí en la librería los argonautas de mi querido y tristemente finado amigo Marduck. Hasta aquí con la historia del libro.
Continuando en el vasto universo abordado por Jaeger, el último apartado del libro II lo titula: “Tucídides como pensador político.” En la enseñanza tradicional nos explican que el padre de la historia es Heródoto, y desde una posición personal sigo creyendo que lo es. Basta acudir a sus nueve libros de la historia y allí nos narrará el saber que obtuvo y ordenó en sus obras sobre las culturas orientales, sus costumbres, tradiciones, gobiernos, evolución, e incluso, Heródoto nos relata de forma magistral las famosas guerras médicas entre los persas y los griegos. No obstante, para Jaeger, Tucídides es el fundador de la historia política y, particularmente, es el iniciador de lo que consideramos la historia científica. De entrada, Tucídides ya no utilizará mitos, como si lo hace abundantemente Heródoto. Tucídides narrará los hechos de su época, en algunos de ellos él participó directamente. Además, en su obra cumbre: “La historia de la guerra del Peloponeso”, compuesta por ocho libros, el historiador griego se circunscribe a un tiempo y un espacio. El tiempo abarca muchos años de la guerra entre Atenas y Esparta, aquí mismo nos encontramos ya ubicados con el espacio geográfico del historiador. La guerra inicia en el 431 a. C., y finaliza en el 404 a.C. Tucídides reseña los principales hechos desde años antes del estallido de la guerra, hasta el 411 de la misma era.
Por todo lo antes expuesto se comprende claramente cuando Jaeger señala: “Tucídides es el creador de la historia política. Este concepto no es aplicable a Heródoto, a pesar de que la guerra de los persas es el punto culminante de su obra… Comparado con el amplio horizonte universal de la descripción de pueblos y países de Heródoto, cuya serena contemplación se extiende a todas las cosas divinas y humanas de toda la tierra conocida, el campo visual de Tucídides resulta limitado. No se extiende más allá de la esfera de la influencia de la polis griega.”
A lo anterior deseo agregar la siguiente reflexión y observación; en la amplia obra de Tucídides aparecen un sinfín de personajes, sin olvidar que el autor participó defendiendo a su querida Atenas contra el poderío espartano, lo interesante está en que Tucídides le da voz a ese gran universo de personajes incluyendo a los enemigos de su polis, y cuando tiene que reconocer un acto honorable del enemigo, lo hace con la misma pasión que cuando narra un hecho heroico de los atenienses. A veces escuchamos pronunciar un hermoso discurso a un hombre de Corintio, aliado de Esparta y por tanto enemigo de Atenas, y el discurso transmite emoción, firmeza, grandeza. Esto implica que hable quien hable, y aunque el discurso esté inspirado en hechos reales y en varios casos el historiador estuvo presente al momento que se pronunciaba, al final no hay que perder de vista que estamos ante el escritor que narra todo y él es el responsable de transmitirnos los hechos como sucedieron y esto incluye narrar tal como hablaba Pericles, Alcibíades, o cualquier otro protagonista.
Y precisamente he llegado al punto que quería llegar. En la investigación Werner Jaeger ha logrado filológicamente compartirnos los ideales de la cultura griega, del hombre griego, a través de sus textos escritos y su lenguaje. Considero que uno de los momentos cumbres de este estudio se puede encontrar en el famoso discurso de Pericles titulado: “Oración fúnebre”. Compartiré sólo algunos párrafos del imponente discurso, sin dejar de señalar que es verdad que Pericles fue un gran orador y líder político, sin embargo, el discurso fue escrito o si usted prefiere, reescrito por Tucídides. Dicho de otra manera, Tucídides en su obra revive a Pericles y mediante su pluma lo hace hablar de forma más heroica y más inmortal.
“Comenzaré, ante todo, por nuestros antepasados, pues es justo y, al mismo tiempo, apropiado a una ocasión como la presente, que se les rinda este homenaje de recordación. Habitando siempre ellos mismos esta tierra a través de sucesivas generaciones, es mérito suyo el habérnosla legado libre hasta nuestros días. Y si ellos son dignos de alabanza, más aún lo son nuestros padres, quienes, además de lo que recibieron como herencia, ganaron para sí, no sin fatigas, todo el imperio que tenemos, y nos lo entregaron a los hombres de hoy.
En cuanto a lo que a ese imperio le faltaba, hemos sido nosotros mismos, los que estamos aquí presentes, en particular los que nos encontramos aún en la plenitud de la edad, quienes lo hemos incrementado, al paso que también le hemos dado completa autarquía a la ciudad, tanto para la guerra como para la paz. Pasaré por alto las hazañas bélicas de nuestros antepasados, gracias a las cuales las diversas partes de nuestro imperio fueron conquistadas, como asimismo las ocasiones en que nosotros mismos o nuestros padres repelimos ardorosamente las incursiones hostiles de extranjeros o de griegos, ya que no quiero extenderme tediosamente entre conocedores de tales asuntos. Antes, empero, de abocarme al elogio de estos muertos, quiero señalar en virtud en qué normas hemos llegado a la situación actual, y con qué sistema político y gracias a qué costumbres hemos alcanzado nuestra grandeza. No considero inadecuado referirme a asuntos tales en una ocasión como la actual, y creo que será provechoso que toda esta multitud de ciudadanos y extranjeros lo pueda escuchar.
Disfrutamos de un régimen político que no imita las leyes de los vecinos; más que imitadores de otros, en efecto, nosotros mismos servimos de modelo para algunos. En cuanto al nombre, puesto que la administración se ejerce en favor de la mayoría, y no de unos pocos, a este régimen se lo ha llamado democracia; respecto a las leyes, todos gozan de iguales derechos en la defensa de sus intereses particulares; en lo relativo a los honores, cualquiera que se distinga en algún aspecto puede acceder a los cargos públicos, pues se lo elige más por sus méritos que por su categoría social; y tampoco al que es pobre, por su parte, su oscura posición le impide prestar sus servicios a la patria, si es que tiene la posibilidad de hacerlo.
Tenemos por norma respetar la libertad, tanto en los asuntos públicos como en las rivalidades diarias de unos con otros, sin enojarnos con nuestro vecino cuando él actúa espontáneamente, ni exteriorizar nuestra molestia, pues ésta, aunque innocua, es ingrata de presenciar. Si bien en los asuntos privados somos indulgentes, en los públicos, en cambio, ante todo por un respetuoso temor, jamás obramos ilegalmente, sino que obedecemos a quienes les toca el turno de mandar, y acatamos las leyes, en particular las dictadas en favor de los que son víctimas de una injusticia, y las que, aunque no estén escritas, todos consideran vergonzoso infringir.”[2]
Estos párrafos transcritos nos muestran porqué los siglos han pasado y siempre seguiremos admirando a los griegos, nuestros valores e instituciones están inspirados en los de ellos y aunque su mundo nos parece en cuanto al tiempo muy lejano, su pensamiento sigue siendo increíblemente cercano. Así concluimos el presente mes dedicado a festejar los noventa años de la fundación del Fondo de Cultura Económica leyendo y disfrutando a una de sus clásicas obras traducidas y publicadas: La paideia griega de Werner Jaeger.
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[1] https://puntoyaparteonl.com/2024/10/03/90-aniversario-del-fondo-de-cultura-economica-i/
[2] https://ddooss.org/textos/documentos/el-discurso-funebre-de-pericles#:~:text=Comenzar%C3%A9%2C%20ante%20todo%2C%20por%20nuestros,legado%20libre%20hasta%20nuestros%20d%C3%ADas.