Ruta Cultural Por: José Miguel Naranjo Ramírez/ CARLO COCCIOLI EL ESCRITOR ÍTALO-FRANCO-MEXICANO. (V)

He encontrado al Dios de Israel.

Mtro. José Miguel Naranjo Ramírez.

El mundo en el que nacemos, crecemos, y empezamos a vivir y convivir tiene un diseño antiquísimo, preestablecido, existen conceptos e instituciones que de una u otra manera nos influyen, determinan muchas actitudes, acciones, perspectivas, etc. de nuestra vida diaria. Desde muy niños nos educaron a creer en un Dios, sabemos de un supuesto enemigo llamado Diablo, en instituciones como la Iglesia Católica Apostólica y Romana. Todos estos conceptos e instituciones nos imponen reglas, paradigmas, diseñan y estructuran sociedades, en general son parte de nuestras vidas aun no creyendo en ellos, porque indudablemente tenemos la necesidad de convivir con la otredad y ésta en su mayoría está influenciada por estos y otros modelos, por todo ello deberíamos aprender a convivir con nuestras coincidencias y divergencias, ser críticos y tolerantes, y más cuando nos acercamos a los artistas siempre críticos, controvertidos, un ejemplo se encuentra en el libro de Carlo Coccioli titulado: “He encontrado al Dios de Israel”, donde el autor realiza planteamientos que en su momento parecieron disonantes, pero que si lo leemos de manera razonada, imparcial, podremos encontrar una postura digna y mesurada.

La obra es considerada una autobiografía del escritor originario de la región Toscana en Italia. En el libro nos encontramos con un largo recorrido por la vida de Coccioli, su infancia, la relación con su familia que incluye educación, influencias, el origen judío por parte de su familia materna, en momentos la lectura es muy penetrante porque muchas de las vivencias y conceptos con los que fue creciendo y educándose el protagonista son muy similares a los de cualquier niño, ejemplo de ello es el miedo a la noche, a la oscuridad, literalmente expresa: “Ahora sé que no se trataba de un simple fenómeno de emotividad infantil. Ya había alcanzado la pubertad o estaba alcanzándola. Era algo distinto: más profundo, más elevado. Aunque durante el día pareciera un adolescente normal – no obstante mis tartamudeos –, un no sé qué me distinguía de los otros: mi temor a la noche.”

Coccioli afirma que si bien su familia era de fe católica, la realidad es que no practicaban la fe, e incluso se rumoreaba que su padre pertenecía a una familia de masones, no olvidemos que su familia materna tiene orígenes judíos, luego entonces, el catolicismo era algo así como declarar soy normal, no me vean mal, soy como ustedes, porque aquí ingresamos a una problemática muy particular que vivimos a inicios del siglo XX y fue la terrible y dolorosa persecución judía tanto por el mundo nazi en Alemania como el fascista  en Italia, en este pequeño capitulo Coccioli cuenta una triste anécdota de la que fue testigo donde nos muestra lo bajo y visceral que pueden llegar a ser las sociedades cerradas, intolerantes, fanáticas.

El autor afirma que cada vez se hablaba más de los judíos y de manera muy negativa e indignante, señala que allá por 1937 se corrió la voz sobre la publicación de una ley para prohibir que el comercio israelita cerrara los sábados, (día sagrado para el pueblo judío), hubo manifestaciones e inconformidades de la sociedad judía por la publicación de esa ley y decidieron no respetarla, la reacción de la autoridad fue la siguiente:

Reaccionó a su modo: hizo capturar –ignoro con qué criterio –a una decena de judíos y los condenó a la pena infamante de la flagelación pública. A los estudiantes nos dieron la mañana para que pudiéramos asistir al edificante espectáculo. Recuerdo la gran plaza polvorienta, al lado del barrio judío; la plataforma construida durante la noche; los brazos vigorosos del verdugo, un musulmán y la multitud árabe que lanzaba gritos de júbilo. Al fondo, las casas de los judíos con las gentes en las azoteas, en silencio. Cuando el látigo se levantó a la cruda luz solar para volver a caer con violencia sobre las espaldas desnudas del condenado, cerré los ojos. No conocía casi nada de la biblia: hoy pienso en el ministro de Asuero, el pérfido Amán de maldita memoria. Aquello no fue nada, claro está, en comparación con lo que sucedería años después, y con lo que probablemente sucedía ya en la repugnante Alemania de Hitler.

Si lo narrado y descrito es indignante, Carlo Coccioli va más allá y afirma que también fue muy indignante la posición oficial de la jerarquía católica, en este apartado Coccioli profundiza sobre la división que provocó la supuesta venida de Cristo, es decir, Cristo dividió la fe tradicional en dos vertientes, la judía creyente en un solo Dios poderoso y omnipotente y la cristiana que presenta a Jesús como hijo de Dios, redentor de los pecados, y en momentos como a Dios mismo, Coccioli sostiene que aun dado por asentada la tesis del cristianismo, la actitud del mundo cristiano ante al sufrimiento del pueblo judío fue inmisericorde, insensible, anticristiana, y se supone que de esa raza surgió el salvador:

En el transcurso de unos cuantos meses, aunque sin manifestaciones de ferocidad, los judíos convirtiéronse en objeto de desprecio, fuente de todos los males. No hubo ni cámara de gas ni campos de concentración; esto, empero, no absuelve en modo alguno de toda culpa a la sociedad de la que éramos parte. En el mejor de los casos, pecó de apatía y credulidad. Nadie alzó la voz de protesta; en un país que se proclamaba cristiano desde hacía dos mil años, no hubo un solo cristiano eminente –ni un obispo, ni un pensador –que expresara con valentía su propio desdén ante el anticristianismo de cuanto estaba sucediendo. Con esto se demostró sobradamente que la celebrada benevolencia de la Iglesia romana para la raza de la que salió su fundador constituye una de las mentiras más imperdonables que pesan sobre la humanidad.”

Después de toda esta temática abordada, Coccioli apuesta por comenzar de nuevo, volver a la fuente original de un Dios único y unificador. Desde una visión personal todo esto se antoja cansado, sufrible, innecesario, absurdo, porque en realidad las dos posturas nunca han resuelto nada, es como si cuando llegara a tener setenta años de edad me ofrecieran comenzar de nuevo para acabar en lo mismo al mero estilo de Sísifo, de manera sincera hoy respondería que no me interesa, he aceptado las reglas del juego y en ellas me mantengo, para que atormentarme más de la cuenta sí sé que he nacido con el sentimiento trágico de la vida y lo mejor es afrontarlo, eso sí, mientras este no llegue vamos a cuestionarnos, aunque sea solo para estar rebelándonos…

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